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En Crítica de la pasión pura (1998)
y luego en artículos publicados en diarios, escribí, con entusiasmo,
teorías varias sobre el maravilloso mundo de siglos anteriores que había
vivido en África y sobre el casi tan interesante mundo por venir.
Juventud, divino tesoro…

En
Mozambique, en el Astillero Naval de Pemba, descubrí y colaboré (como
joven arquitecto llegado de América, a quien cientos de amables obreros
llamaban, equivocadamente, “maestro”) en la construcción de grandes
barcos británicos y portugueses del siglo XIX. Por el astillero (los
maravillosos árboles de umbila eran materia prima) y para apoyar un
programa de escuelas técnicas en las ciudades más pobladas, solía viajar
por largas horas al “mato” (Ibo, Quisanga, Montepuez, Mueda, Macimboa,
Matemo), a las tribus alejadas del privilegio del hombre blanco del cual
yo formaba parte. En el astillero, también tuve contacto con los boers
racistas de Sud Africa, con el escritor británico estadounidense y
antiapartheid Joseph Hanlon y con el hijo del héroe mozambicano Samora
Machel y luego hijastro de Nelson Mandela, Ntuane Machel.

También
con la primera computadora que toqué en mi vida. En Pemba no había
internet ni televisión (el correo escrito a mano tardaba semanas en
llegar a Uruguay, gracias al cual termine casándome con una ex compañera
de arquitectura), pero las enciclopedias en discos ya nos sugerían lo
que iba a ser el mundo en el siglo por venir. Desde entonces Windows no
ha hecho ninguna innovación, aparte de molestas actualizaciones.

En
ese nuevo mundo, pensaba, cada individuo, desde cualquier rincón, iba a
poder acceder a las bibliotecas más importantes del mundo y la gente
iba a poder decidir en referéndums, mensuales o semanales, qué hacer con
cada proyecto, con cada propuesta para su país y para el mundo. No nos
equivocamos con lo de las bibliotecas.

Es verdad que también publicamos sobre una sospecha oscura: la idea de una democracia radical, de un avance de la libertad como igual-libertad y no como la libertad-de-unos-para-esclavizar-a-otros, podía suspenderse a favor de su contrario: la progresión de una mentalidad tribal, nacionalista, como reacción natural.

Saltemos
veinte años. Echemos una mirada, por ejemplo, a la lógica del
desarrollo y crecimiento de las redes sociales, herencia del centenario
progreso tecnológico de la Humanidad, secuestrada, una vez más, por los
poderosos de turno. Su lógica es la lógica de los negocios, de los
beneficios a casi cualquier precio.

¿Cómo se generan estos beneficios?

Capturando
la atención, con frecuencia al extremo de la alienación del individuo
que se convierte en un consumidor adicto que se cree libre.

¿Cómo se captura la atención del consumidor?

No por las grandes ideas sino a través de emociones simples y potentes.

¿Cuáles son esas emociones simples y potentes?

Según todos los estudios (desde Beihang en China hasta Harvard) las emociones negativas, como la ira, la rabia y el odio.

¿Qué producen esas emociones?

Explosiones virales. La viralidad de
un acontecimiento indica el éxito de cualquier interacción en las redes
sociales y es altamente estimada por los consumidores honorarios y por
sus últimos beneficiarios, los inversores.

¿Para qué sirven los fenómenos virales?

Aumento
de usuarios y secuestro de la atención del consumidor. Es decir,
beneficios económicos. Pero el poder económico y el poder político
tienen sexo todos los días.

¿Cuál es el efecto político?

En
un mundo complejo y diverso, este efecto puede beneficiar a cualquier
ideología, sea de derecha o de izquierda, pero la lógica del proceso y
las estadísticas indican que la derecha es la primera beneficiaria.

¿Por qué?

Primero,
porque todas las grandes redes sociales son productos de megaempresas.
Toda empresa privada es una dictadura (en democracias y en dictaduras).
Ni la “comunidad virtual” ni los consumidores ni los ciudadanos tienen
voz ni voto en cómo se administran. Mucho menos en sus algoritmos y sus
ganancias económicas. Todo gran negocio transpira su propia ideología.
Su ideología, necesariamente, es conservadora, de derecha, desde el
capitalismo más primitivo hasta el neoliberalismo, el libertarianismo y
todos los fascismos procapitalsitas. De la misma forma que la izquierda
se desarrolló en la cultura de los libros, la derecha reinó en medios
más masivos como la radio (Alemania), la televisión (Estados Unidos) y,
ahora, las redes sociales.

¿Segundo?

El
hecho comprobado de que el odio y la ira reinan en estas plataformas,
beneficia más a la extrema derecha que a la extrema izquierda.

¿No hay odio en la izquierda?

Sí,
claro, como hay amor en la derecha. Pero aquí lo que importa es
considerar el estado del clima general. Un grupo de izquierda,
supongamos un grupo revolucionario que toma las armas, como los negros
esclavos en Haití durante la revolución de 1804, puede usar el odio como
instrumento de motivación y fuerza. Pero el odio no suele ser el
fundamento ideológico de la izquierda cuyas principales banderas son la
“igual libertad”, es decir, la reivindicación de grupos que se
consideran oprimidos o marginados por el poder. El odio de la lucha de
clases es una tradición de la derecha; el marxismo sólo lo hizo
consciente. No es lo mismo luchar por la igualdad de derechos de negros,
mujeres, gays o pobres que oponerse a esta lucha como reacción
epidérmica ante la pérdida de privilegios de raza, de género, de clase
social o de naciones hegemónicas, en nombre de la libertad, la patria,
la civilización, el orden y el progreso. Eso es odio como fundamento, no
como instrumento.

¿Hay diferencia entre diferentes odios?

El
odio es uno solo, es una enfermedad, pero sus causas son múltiples. No
es lo mismo el odio de los esclavos por sus amos, de los explotados por
sus patrones, de los perseguidos por sus gobiernos, que el odio que
irradia y contagia el poder abusivo. El esclavo odia a su amo por sus acciones y el amo odia a sus esclavos por lo que son (una
raza inferior). De la misma forma que nadie con un mínimo de cultura
podría confundir el machismo con el feminismo, de la misma forma no se
puede confundir el patriotismo del revolucionario que lucha contra el
colono y el patriotismo del colono que lucha por explotar al pueblo
corrompido. En uno, el patriotismo es reivindicación y búsqueda de
igualdad de derechos, de independencia, de igual libertad. En el otro es
reivindicación de derechos especiales basados en su nacionalidad, en su
raza, en su religión o en cualquier otra particularidad de su
provincianismo intelectual.

¿Cuáles son las consecuencias de este negocio electrónico?

Las
redes sociales expresan el deseo de guerra sin los riesgos de una
guerra. Hasta que la guerra real se hace presente. Esta necesidad de
confrontación, de canalización de las frustraciones a través de la
retórica y un agresivo lenguaje corporal (el líder despeinado,
orgullosamente obsceno, calculadamente ridículo para provocar más
reacción negativa) es propia de la extrema derecha de las redes.
Diferente, la derecha más formal del neoliberalismo prefería las
etiquetas de la aristocracia. Una vez fracasadas todas sus políticas,
planes económicos y promesas sociales, se recurre al circo de la extrema
derecha, al lenguaje corporal antes que la serena disputa dialéctica.
Se reemplaza la cultura de los libros, donde se educó la izquierda
tradicional desde la Ilustración, a la cultura de las redes sociales de
la derecha, donde la inmediatez, la reacción epidérmica reina y domina.
La agresión, el enfado, la rabia como expresión del individualismo
masivo (no del individuo) se vuelven incontrolables y, por si fuese
poco, se vuelven efectivos en la lucha por colonizar los campos
semánticos, la verdad y el poder político del momento.

JM, mayo 2022