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“Desde los 10 años llevo intentando venir a España para
trabajar y ayudar a mi familia. Mi viaje empezó en Ceuta, debajo de
un autobús. Cuando venía en autobús, muriéndome de calor y
envuelto en el sonido de los motores, lo único en lo que podía
pensar era en llegar a España a la hora de la puesta de sol, cuando
refresca, y que estuviera lloviendo. He visto de todo en esos 7 años
en Marruecos, pero cuando llegué a España todo era peor aún. Los
chicos como yo no somos bien recibidos y preferiría volver a
Marruecos y vender sardinas. Echo mucho de menos a mi madre”. 
Tazi, 17 años.

“Salí de Castillejo (Marruecos) en patera en enero de 2019.
Tardé veinte horas en llegar a Algeciras. La policía me llevó al
centro del SAMUR, donde estuve cuatro días. Después me cambiaron a
otro centro, “El Vasco”, en Pelayo. Tras un mes y medio allí, me
escapé. Me encontré con unos chicos que me pagaron un billete en
dirección a Madrid; aquí tenía muchos amigos en el centro de
Hortaleza. Unas personas de Madrid avisaron a la policía al verme,
me detuvieron y me trajeron a la cárcel en la que estoy ahora.”
Mohammed, 16 años.

“Son cosas que jamás pensé que podría llegar a vivir. Mi
padre nos abandonó hace muchos años a mi madre, mis hermanos y a
mí. Mi madre luchó, trabajó, para que pudiésemos vivir y por eso
le quiero devolver, aunque sea un cuarto de lo que ha hecho por
nosotros. Ella es una gran mujer y se merece tener un buen hijo. […]
Tuvimos que dormir en un portal, y la policía pasaba pero no nos
hacía ningún caso. Decidimos hacer tonterías para que nos cogiera
y nos llevase a algún centro, como entrar al Mercadona y sacar algo
a la fuerza. Pero eso tampoco funcionó. Les pedimos a gritos que
llamasen a la policía, pero no nos hacían caso.” Alaoui, 17 años.

“Era el mayor de mi familia y de alguna manera me sentía
responsable. Tengo cuatro hermanos pequeños más estudiando. Mi
padre no podía con esta carga. […] En ese momento perdí la
esperanza, tiré la toalla, esperaba que un gran tiburón me comiera
en algún momento. Justo aparecieron los Guardacostas. […] Nunca
pensé que podría robar, pero estaba obligado a conseguir dinero
para poder coger un billete e irme. No estaba en mis planes pero
llegué a Madrid y allí me llevaron a Hortaleza. Dormía en los
pasillos, ni siquiera tenía una cama. Me trasladaron a Casa de
Campo, y cuando llegué me di cuenta de que en España no iba a
encontrar nada de lo que pensaba.” Bennani, 18 años.

“Cuando una persona migrante se encuentra indocumentada, las
cosas se vuelven mucho más difíciles: vives en la clandestinidad,
con temor a que la policía te pida los papeles. Resulta
prácticamente imposible encontrar un trabajo que no sea precario. Si
uno de nosotros se halla en situación irregular, es enviado a los
CIE (centros de internamiento de extranjeros), que son como cárceles
en muy malas condiciones. […] Venimos a ganarnos la vida y,
generalmente, realizamos trabajos que los españoles no quieren. A
menudo, la policía nos detiene por las calles para pedirnos la
documentación, aunque no estemos haciendo nada en particular, como
si fuéramos delincuentes. Pero puedo afirmar que los migrantes
africanos venimos llenos de sueños, ilusiones y, sobre todo, en
busca de una vida mejor.” Jimmy, 22 años.

“[…] Al tercer día, uno de los chicos, Ibrahim, dijo que no
podía más. Tuvimos que enterrarle en la arena y seguir el camino.
No lo olvidaré nunca. […] Intenté cruzar tres veces a Melilla. La
primera vez que llegué a la valla, se me cayó el alma a los pies.
Había una doble valla de 6 metros, con pinchos y alambres, para
impedir que vengan los pobres. […] Vengo de un país en el que
todos – todos – los días salen maderas, petróleos y recursos en
dirección a Europa, sin ningún tipo de control. Después de vivir
este viaje y atravesar tantas barreras, me di cuenta de que las
mercancías eran más importantes que yo.” Sani, 28 años.

Fuente:
https://www.todoporhacer.org/testimonios-criminalizacion/