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En La moneda en el aire, recientemente publicado por Siglo XXI, el historiador Roy Hora entrevista al economista e historiador Pablo Gerchunoff. Las conversaciones empiezan con un recorrido por la biografía del entrevistado que se completa con su paso por la función pública, en dos momentos particularmente críticos de la historia económica reciente (entró al gabinete de Economía en el momento del deterioro del plan Austral, en 1986, y con José Luis Machinea entre diciembre de 1999 y marzo de 2001). A partir de estas crisis que lo encontraron en el centro del huracán, Gerchunoff y Roy Hora presentan los primeros elementos de la clave interpretativa de la historia –no solamente económica– nacional, desde los tiempos coloniales, que desplegarán en el resto del libro.

Está fuera del alcance de estas líneas dar cuenta del
conjunto de discusiones que atraviesan la conversación, en la cual Gerchunoff y
Hora repasan profusamente numerosos debates historiográficos, discutiendo desde
autores clásicos hasta bibliografía más reciente, y pretendiendo ofrecer una
lectura más matizada que los esquemas de interpretación más tradicionales. Pero
nos parece estimulante para pensar, desde otro ángulo, la premisa de los
autores. El diálogo pone el acento en algunos momentos, encrucijadas podríamos
decir, en los cuales el camino de la Argentina podría haber sido distinto.
Parafraseando a Vargas Llosa, señalar la moneda en el aire apunta a echar luz a
las posibles respuestas sobre “cuándo se jodió la Argentina”, ese país que en
el primer Centenario se mostraba próspero como pocos, e incluso en los años
1960, observan los autores, atravesaba con muchas dificultades pero también con
ciertos logros el pasaje a una diversificación productiva e industrialización.
Como dice Hora al final de una entrevista que les realizó Carlos Pagni, aquello
en lo que se transformó la Argentina desde mediados de la década de 1970
en adelante
 no estaba en ninguna de las previsiones como algo
que podía ocurrir.

“Crecer
exportando” es un sueño eterno

En el lema “crecer exportando”, el mismo que podría
haber titulado una presentación del equipo económico durante los años de
Cambiemos en el gobierno, pero también de integrantes del actual ministerio de
Desarrollo Productivo presidido por Matías Kulfas, podría sintetizarse el gran
problema de la Argentina en la mirada de Gerchunoff [1]. Desde mediados de los años 1970, nos
dicen en La moneda…, se volvió insostenible la
“industrialización protegida” y la Argentina navega sin ningún proyecto capaz
de sustituirla. Consumidos por las urgencias de las crisis producidas por
desequilibrios macroeconómicos –cuya raíz última encuentra Gerchunoff en la
incapacidad de exportar lo suficiente– los elencos económicos que se sucedieron
fueron incapaces de impulsar las reformas que sentaran las bases para aumentar,
de manera significativa y sostenida, dicha capacidad de venderle al mundo.

Hubo momentos de la historia económica reciente, que
no duraron, durante los cuales crecieron las exportaciones. Ocurrió entre 1976
y 1978 gracias a la “represión salarial”, durante el gobierno de Menem después
de la Convertibilidad, y en el gobierno de Néstor Kirchner. En los dos primeros
casos, el crecimiento vino acompañado de un salto importador que alimentó los
mismos desequilibrios que la mayor exportación debía supuestamente resolver; en
el caso de 2003 en adelante, dependieron centralmente de un salto en el precio
de los commodities que no podía durar indefinidamente.
Incluso el incremento de la exportación que sí se obtuvo, quedó “malogrado” en
términos de bienestar y crecimiento durante estos años. En una comparación
–relativamente arbitraria– entre dos grandes períodos muy diferentes de la
historia argentina, Gerchunoff señala que si bien entre 1974 y 2011 el
crecimiento anual de las exportaciones fue casi tan elevado como en 1880-1928
–es decir, el momento de mayor nivel exportador del país–, esto fue acompañado
de un magro crecimiento del PBI per cápita (medida que permite darse una idea
aproximada de la riqueza de un país) de 0,9 % anual. Lo cual contrasta con
el 2 % de crecimiento anual del PBI per cápita de 1880-1928, uno de los
más elevados del mundo en ese período. Esto nos dice que hay algo más que las
dificultades para exportar, que debe entrar en la explicación de las trabas al
crecimiento, al desarrollo y a la mejora del bienestar, que viene mostrando la
economía capitalista argentina [2].

No hay una explicación monocausal de esta incapacidad
para sostener un aumento de las exportaciones, ni de por qué el crecimiento sí
logrado se evapora en términos de impacto sobre el PBI per cápita. El formato
de diálogo del libro contribuye a introducir elementos explicativos y
dialectizar argumentos. Pero en el corazón del planteo hay dos cuestiones
centrales, ya presentes en las elaboraciones previas de Gerchunoff. La primera,
es la inclinación marcadamente proteccionista que, desde el peronismo en
adelante, marcó la política económica de manera casi invariable hasta la
llegada de Menem, y que, evalúan entrevistador y entrevistado, retornó con
fuerza desde Kirchner hasta Cambiemos, que solo en parte desandó el camino
abriendo nuevamente la economía. Gerchunoff subraya que el equipo económico de
Martínez de Hoz, durante la dictadura genocida de 1976, no tenía como prioridad
la apertura económica como sí ocurría con la desregulación financiera y
liberalización de movimientos de capitales; apeló a ella más bien como medida
antiinflacionaria –fallida–. Menem, en cambio, como parte de sobreactuar una
ubicación promercado después de hacer una campaña que prometía todo lo
contrario, aplicó una apertura sin anestesia. Pero si esto puede haber
contribuido en parte al aumento de las exportaciones porque favoreció la
introducción de mejoras en el sector agrícola apoyadas en importaciones –algo
que no estuvo solo determinado por la apertura económica sino también por la
sobrevaluación del peso que abarató las importaciones y mejoró el horizonte de
rentabilidad que podía esperarse de estas inversiones [3]– también, como reconocen los autores,
favoreció un aumento de importaciones y un aumento de los desequilibrios
macroeconómicos [4].

El misterioso
desencuentro entre “desarrollo” y “equidad”

La segunda cuestión a la cual remite el problema de
competitividad que limita la capacidad exportadora de la Argentina, y para
Gerchunoff un tema central de hace tiempo, es el conflicto distributivo. La
recurrencia de las inclinaciones proteccionistas y la dificultad para exportar,
remiten ambas este gran conflicto “entre desarrollo y equidad, entre
crecimiento y equidad” [5]. Lo que distancia su planteo del de un
neoliberal, es considerar que existe allí un conflicto, fuerzas en pugna, y no
simplemente una situación que “debe” resolverse en el “equilibrio” técnicamente
determinado que cualquier pretensión “excesiva” de las clases subalternas debe
simplemente resignarse porque así lo dictan las fuerzas del mercado. Y sin
embargo, como hemos argumentado en otra oportunidad,
aunque este reconocimiento pueda separar a Gerchunoff de quienes son
(neo)liberales económicos sin culpa, la matriz conceptual tiene un punto en
común: lo “natural” sigue siendo aquella situación de equilibrio que se
alcanzaría con un peor poder adquisitivo para la mayor parte de la clase
trabajadora y menos equidad distributiva. Que no pueda llegarse a este punto
por la existencia de actores en pugna, y que por tanto el “equilibrio social”
se aleje del equilibrio económico, no quita que en última instancia el meollo
argumental vaya en el mismo sentido.

Si la Argentina no ha logrado ser “competitiva” una
vez que se agotaron las condiciones del boom exportador
más allá de los excepcionales –y mayormente efímeros– momentos de
estabilización macroeconómica con tipo de cambio alto (como 2002-2008), ha sido
básicamente porque no pudo domar el “conflicto distributivo estructural”, que
es la forma elegante con la cual Gerchunoff se refiere a las pretensiones de
las clases subalternas que resultan “excesivas” desde el punto de vista de las
condiciones del “equilibrio económico”. Una forma elegante y enrevesada para
enunciar lo que más llanamente dijo un economista que integró el gobierno de
Macri: “le hicieron creer a un empleado medio que podía comprarse celulares e
irse al exterior”. Ese sería el gran problema que explica los males argentinos.
Y esa línea de argumentación no se aparta demasiado del leit motiv tradicional del pensamiento
(neo)liberal sobre el devenir nacional, más allá que Gerchunoff haya logrado
reelaborarlo de tal forma que puede interpelar a públicos más amplios, como
mostró el artículo que escribió junto a Martín Rapetti y Gonzalo de León, “La paradoja populista”,
ampliamente debatido y muy bien recibido incluso entre
lectores “progres”
. “El aliento en la nuca de una sociedad
movilizada”, al que se refieren varias veces en este libro Hora y Gerchunoff,
habría impedido a los distintos gobiernos poner en caja esas pretensiones,
punto de partida indispensable para encarar la agenda del crecimiento, cuyas
posibilidades no están cerradas (“la moneda está en el aire”) aunque sus
miradas de la actualidad están permeadas por un prudente escepticismo.

Son muchas las cosas que deja afuera esta explicación
de los problemas argentinos, que pasa por las dificultades para exportar que a
su vez remiten al “conflicto distributivo estructural”. En la visión de
Gerchunoff y Hora, los “dueños” solo ocasionalmente aparecen como actores con
decisión, poder de presión y expresión de determinados intereses (y por lo
tanto el “conflicto” distributivo tantas veces mencionado pierde cuerpo). Son,
en la mayoría de las ocasiones, fuerzas impersonales, capitales que vienen o se
van según los gobiernos acierten con las medidas monetarias y fiscales y con la
agenda de reformas estructurales [6]. Con ese “venir e irse” pueden poner
patas para arriba la economía y dejar un tendal de consecuencias sociales, que
como observan los autores se vienen profundizando y perpetuando en el tiempo.
Pero su accionar sería apenas un efecto, una consecuencia. El lugar que le cabe
a la clase dominante, ese entramado en el que pesa cada vez más el capital
extranjero y que impone sus condiciones apoyado por el imperialismo y las
instituciones en las que basa su gobernanza como el FMI –otro protagonista cuyo
peso y rol no termina de quedar enteramente sopesado a pesar de que el
entrevistado tuvo experiencia directa durante su paso por la función pública
del vasallaje que exigen los enviados del organismo, cual enviado del Rey en
tiempos del virreinato– queda bastante escamoteado a la hora de explicar las
causas por las cuáles la moneda viene cayendo siempre del mismo lado.

Las dos
caras de la moneda

La moneda está en el aire, pero ambas caras llevan
inscripto que el costo de la crisis recaiga sobre las espaldas del pueblo
trabajador. El festival de saqueo macrista terminó hundiendo al país bajo una
deuda que hoy supera los 330 mil millones de dólares, superando el 100 %
del PBI. El gobierno del Frente de Todos renegoció la deuda externa en bonos
sin restarle un solo dólar a cambio de extender los plazos, mientras paga
religiosamente al FMI y otros acreedores y aplica un ajuste que envidian los más acérrimos liberales.
Aunque no haya acuerdo firmado, buena parte de la orientación económica sigue
fluyendo el compás del FMI, más allá de los pataleos discursivos de parte de la
coalición y los aprestos electorales que implica abrir la billetera durante
algunos meses pero no desmienten el sendero de austeridad. Mientras tanto el
deterioro de los salarios frente a la inflación, el aumento de la desocupación
y el recorte del gasto social, explican el nuevo salto de la pobreza que afecta
al 42 % de la población en todo el país, y las ganancias de los
capitalistas siguen ganando posiciones en el reparto de la torta [7].

Frente a las alternativas nostálgicas de la Argentina
oligárquica como potencia agroexportadora y del desarrollo industrial por
sustitución de importaciones, autores como Gerchunoff y Hora, buscan
presentarse como una vertiente “realista” que, con buenas dosis de
escepticismo, aspira a lograr la añorada “modernización” capitalista de
Argentina, buscando el eslabón perdido entre “equidad” y crecimiento en un
mundo capitalista globalizado. Pero la “restricción” fundamental que explica el
atraso y decadencia tiene un carácter de clase: es el resultado del gobierno de
una burguesía integrada por mil lazos al imperialismo. La fuga de capitales,
los pagos millonarios de la deuda, las remesas de ganancias de las empresas
multinacionales a sus casas matrices, y la renta agraria, muestran que el
problema no es la falta de recursos potencialmente disponibles. El problema
está en cómo los actores que concentran la apropiación del excedente hacen uso
de él. Si cortamos con el vaciamiento nacional que producen los acreedores de
la deuda, las grandes empresas y el agropower, podrían surgir los medios para
incrementar la capacidad de crear riqueza, destinarse a mejorar o desarrollar
las infraestructuras fundamentales, a la construcción de viviendas, escuelas,
hospitales, a la modernización de los transportes, a reducir el tiempo de
trabajo necesario, y a garantizar el acceso a la cultura y el esparcimiento.

Para el mainstream económico
en sus diferentes variantes cualquier vía que implique avanzar sobre la
propiedad capitalista y la ruptura con el imperialismo es identificada como
“chavismo”; “Argenzuela” como le dicen últimamente. Sin embargo, el caso de
Venezuela, lo que muestra es que la bancarrota del nacionalismo burgués –en lo
que fue la versión más radical de los gobierno posneoliberales– se debió,
justamente, a su incapacidad de ir más allá de la propiedad privada capitalista
y romper las cadenas de la opresión imperialista. Impulsado originalmente por
Chávez y devenido en su descomposición con Maduro en un régimen
cuasidictatorial y de profundo ataque a las masas. La perspectiva del chavismo,
incluso en su punto más alto económico y de mayores roces con el imperialismo,
siguió siendo, en lo fundamental, el de toda la historia del capitalismo
rentístico latinoamericano, en su caso, poner la renta petrolera pública en
manos de unos empresarios que, en teoría, la harían productiva. Aquel proyecto
nacionalista burgués fracasó una vez más, en su lugar operó una enorme
transferencia de renta pública al capital privado que fue, al mismo tiempo, una
transferencia del “ahorro nacional” al exterior y un saqueo de la renta
petrolera (las cuentas privadas en el exterior pasaron de tener 49 mil millones
de dólares en 2003, cuando instaura Chávez el control de cambio, a tener 500
mil millones en 2016, según el entonces ministro de comercio exterior, Jesús
Farías).

No hay caminos viables intermedios entre la ruptura
con el imperialismo y el sostenimiento de lo esencial del legado neoliberal, la
subordinación a los tratados que aseguran los intereses del capital transnacional
(e implican la subordinación al FMI, a la OMC que es custodio de los derechos
de patentes y regalías, al CIADI y otros organismos de la “gobernanza global”
imperialista), y el impulso al extractivismo en todas sus variantes:
agronegocio, industria petrolera, megaminería contaminante, etc.

En este esquema, la deuda es un mecanismo privilegiado
de sometimiento, al cual han recurrido los gobiernos
de todo signo político
 para conseguir recursos para subsidiar a
la clase capitalista, proveer dólares para la fuga de capitales y las remesas
de utilidades de las multinacionales y para pagar, también, la deuda
preexistente, en un círculo vicioso que se muestra una y otra vez insostenible.
Organismos como el FMI son parte del entramado que el orden capitalista
trasnacional desarrolló para subordinar cada vez más los procesos de
producción, comercio y crédito de todo el mundo al enriquecimiento del capital
imperialista globalizado. El destino fraudulento de la deuda por parte del
Estado y los grandes banqueros y empresarios está ampliamente documentado, así
como lo está el hecho de que la deuda pública creció exponencialmente como
resultado de la decisión estatal de hacerse cargo de los quebrantos de los
grandes grupos empresarios. En nuestro país, sobre el final de la dictadura,
Cavallo nacionalizó deudas de Techint, Renault, Pérez Companc, Bulgheroni,
Pescarmona, los Macri, entre otras. También hay evidencias de que
durante las renegociaciones de la deuda durante el gobierno de Alfonsín, los
propios acreedores fueron quienes “informaron” (léase, dibujaron) el nivel de
las acreencias
. El juez Jorge Ballestero dictaminó 477 ilícitos en
la constitución de esa deuda. Un fraude por donde se lo mire. Pero todos los
gobiernos posteriores siguieron engrosando el asunto. Al final de los gobiernos
de CFK, la deuda sumaba 223.000 millones de dólares. Luego vino el macrismo y
la nueva montaña de deuda sirvió para que 10.000 personas, entre ellos el Grupo
Clarín, Techint, Arcor, Pampa Energía y Aceitera General Deheza, siguieran el
vaciamiento. Los dueños de Argentina tienen fugados 400.000 millones de dólares
en el exterior, el equivalente a un PBI.

En los marcos del capitalismo las “salidas” de esta
situación no son más que tres: 1) exprimir: un ajuste y “recortes” redoblados
para liberar fondos para los acreedores; 2) desangrar: un default del estilo 2001, hundiendo al país
mientras los capitalistas fugan divisas, hasta que se agoten los recursos; 3)
hipotecar: renegociar la deuda accediendo al llamado “ajuste estructural” (con
reforma fiscal, previsional y laboral a medida del gran capital) y así reducir
hasta niveles “tolerables” su peso a cambio de perpetuarla en el tiempo.
Gracias a este tipo de “renegociaciones” hoy Argentina debe en dólares más de 7
veces lo que debía en 1983, a pesar de todo lo pagado. Desde luego, no son
alternativas excluyentes; más bien han ido de la mano en la historia argentina.
La “opción” en este esquema se reduce a por cuál empezar.

Cortar por
lo sano

Ni Juntos por el Cambio, ni el Frente de Todos, ni
ninguna fuerza que se proponga administrar el capitalismo tienen otras
alternativas para ofrecer que no lleven, por un camino u otro, al precipicio.
Sin partir de un desconocimiento soberano de la deuda y la expulsión del FMI,
no hay camino alternativo posible al ajuste, el default y/o la hipoteca del
país, es decir, a un nuevo salto en el empeoramiento de las condiciones de vida
de las grandes mayorías y en la decadencia nacional. Liberarse de la
dependencia del capital financiero internacional es condición sine qua non para reorganizar la economía
orientándola al desarrollo y la atención de las necesidades sociales más
urgentes. Pero el desconocimiento soberano de la deuda no es una medida que
pueda concebirse en forma aislada.

Sin ir más lejos, frente a la crisis de 2001, está
comprobado que HSBC –gestor para el canje de deuda del gobierno de Alberto
Fernández–, junto con J.P. Morgan, BBVA, Citibank, Banco Galicia y otros bancos,
organizaron el 80% de la fuga de capitales de los principales empresarios y
multinacionales a paraísos fiscales estableciendo una “banca paralela”,
mientras que al pequeño ahorrista lo bloquearon con el “corralito”. La
nacionalización del sistema bancario, con la expropiación de los bancos
privados (pero no para apropiarse de los ahorros de los sectores populares,
sino para preservarlos) y la conformación de un banco público único, bajo
gestión de los trabajadores, es una necesidad para cuidar el ahorro nacional,
financiar obras públicas (escuelas, hospitales, viviendas), otorgar créditos
accesibles para los trabajadores y sectores populares, y ayuda para los
pequeños comerciantes o productores arruinados por la crisis, y terminar con el
vaciamiento del país vía la fuga de capitales. Pero tampoco se trata solo del
sistema financiero.

Las divisas generadas por las exportaciones son
controladas en su mayoría por 50 grandes empresas que dominan el comercio
internacional del país, con especial peso de los agroexportadores, con
multinacionales, como Cofco, Cargill, ADM-Toepfer, Bunge, y la argentina
Aceitera General Deheza, así como la propia Vicentín que salió impune luego de
dedicarse –y no es la excepción– a contrabandear granos y embolsarse 18 mil
millones de pesos defraudando al Banco Nación. El gobierno ha pretendido
presentar como “gran medida” soberana, el cobro de los peajes por parte del
Estado en la hidrovía Paraná-Paraguay. Pero frente a este escenario es
ridículo. Si algo pudimos ver durante los años 1990 y los gobiernos de Kirchner
y CFK, es que cuando crecen las exportaciones esto solo resulta en provecho de
este puñado de grandes firmas que tiene su monopolio privado del comercio
exterior y se apropia de las divisas; durante las últimas décadas los grandes grupos empresarios vieron aumentar su
superávit comercial mientras se degradaba la balanza comercial del conjunto de
la economía
 [8]. Una política soberana implica la
nacionalización del comercio exterior, es decir, que todos los exportadores
entreguen lo que se va a exportar a una institución creada por el Estado quien
es el que comercializa y administra la relación con otros países. Es la forma
de terminar con el poder de veto que tienen este puñado de empresas poniendo
límites objetivos a la capacidad que tiene el Estado de apropiarse de rentas,
como la agraria, o modificar los parámetros del comercio exterior, así como a
definir los precios internos.

Desde luego que si hablamos de renta agraria, la
principal renta de Argentina, tenemos que partir de que un reducido grupo de
terratenientes y empresarios rurales concentran más de 80 millones de
hectáreas, lo mejor de las tierras cultivables. La expropiación de la gran
propiedad agropecuaria, de las 4.000 más concentradas, es central para
cualquier proyecto de transformación profunda de nuestro país e implementar un
plan de producción agropecuaria racional, diversificando los cultivos y con
métodos que cuiden el medio ambiente, y para cubrir las necesidades de las
mayorías populares; con arrendamiento barato para campesinos pobres y pequeños
chacareros que no exploten a peones. Otro tanto, con la tierra urbana, siendo
que hoy hay en el país más de 3,5 millones de hogares con problemas de vivienda
por la precariedad de su construcción o el hacinamiento, y que mientras el
gobierno del Frente de Todos desaloja violentamente tomas como la de Guernica,
quema las casillas, o pasa topadoras en Lomas de Zamora,
“inversores privados” tienen en su poder gran parte de las 2.500.000 viviendas
desocupadas que hay en Argentina.

Estas son solo algunas de las cuestiones
estructurales fundamentales
 que hacen a terminar con la
dependencia, el atraso y el saqueo sobre el pueblo trabajador [9]. De estos grandes problemas es que
ningún economista del mainstream, ni
ninguno de los partidos patronales quieren hablar, pero son los que están de
fondo verdaderamente en las peleas por el salario, contra la precarización,
contra los despidos, por la vivienda, por la salud, etc., que atraviesan cada
vez más la situación nacional en el marco de la profunda crisis económica y
social actual. Desde luego, los dueños de todo -locales y extranjeros- apelarán
a todos los medios disponibles para defender sus privilegios. Se trata de un
programa que solo puede ser conquistado con la movilización, la lucha y la
organización de las y los trabajadores. La clase trabajadora en Argentina –como
reconocen en parte Gerchunoff y Hora [10]– conserva un peso decisivo. Basta ver
algunas de las últimas expresiones más importantes de la lucha de clases, como
las movilizaciones contra la reforma jubilatoria en diciembre de 2017 o, más
recientemente, la rebelión de los trabajadores de la salud de Neuquén. Por eso
el problema central es si la clase trabajadora se pone de pie, desde su
juventud precarizada y lxs desocupadxs hasta los sectores sindicalizados, junto
con el movimiento estudiantil, el movimiento de mujeres, etc., con el
desarrollo de sus luchas y su organización, superando al peronismo y a las
burocracias sindicales y “sociales” que buscan mantenerla divida y presentar
las luchas como peleas particulares, sin relación aparente entre ellas,
mientras que las salidas de conjunto deberían quedar en manos de los
capitalistas. De aquí la importancia central que adquiere fortalecer una alternativa de
izquierda
 que se proponga desarrollar aquellas fuerzas que
comienzan a desplegarse en un sentido anticapitalista, antiimperialista,
socialista. Desde esta perspectiva es que cobra sentido la pelea inmediata por
una izquierda que se posicione como tercera fuerza política nacional en estas
elecciones de cara a la etapa que se está abriendo, de mayores enfrentamientos
de la lucha de clases. Porque la moneda está en el aire, sí, pero la única
salida del circulo vicioso de la decadencia capitalista está en manos de en manos
de la clase trabajadora.

NOTAS:

[1] Como
muestra la biografía de Gerchunoff, su formación intelectual tuvo lugar en
ámbitos que compartió con economistas como Oscar Braun y Adolfo Canitrot, que
estuvieron entre los pioneros en elaborar la cuestión de la restricción externa como gran problema de
la economía nacional durante el período de la llamada industrialización por
sustitución de importaciones. Una y otra vez, a lo largo del libro, aparece
como central el problema de las dificultades para exportar (lo cual significa
que los dólares no alcanzan para importar los insumos que necesita el país para
producir, los bienes de consumo finales, pero también que faltan dólares para
los pagos de deuda, para que las multinacionales giren ganancias, y para que
los empresarios y especuladores fuguen capitales). El hincapié en que las
dificultades que caracterizan a la economía nacional surgen centralmente de
esta dificultad en el frente comercial, y no de un excesivo déficit fiscal –no
porque este no surja como cuestión problemática a lo largo del libro– es lo que
distingue la lectura de Gerchunoff de los clásicos planteos realizados desde
variopintas miradas ortodoxas (ya sea que pensemos en Miguen Ángel Broda o en
Milei). En estos últimos también se plantea la necesidad de más exportaciones,
pero el gran problema del país es el exceso de gasto público. Exportar más, de
manera sostenida y no episódicamente, aparece como la gran cuenta pendiente de
la Argentina actual. No se pudo resolver durante los años de industrialización,
que prosperó, observan los autores, mientras fue viable sostener elevados
niveles de protección de la economía. Y tampoco en esa ausencia de esquema o
visión o de proyecto para la economía que viene caracterizando la política
económica desde mediados de la década de 1970.

[2] Ese
“algo más” también pasa por las dimensiones de la restricción externa que no se
reducen al capítulo comercial. Pero sobre esto, el diálogo del libro dice bastante
poco, y se centra más bien en buscar las razones por las cuales la inserción
exportadora resulta esquiva para la Argentina.

[3] Como
explicamos en Esteban Mercatante, La economía argentina
en su laberinto
, Buenos
Aires, Ediciones IPS, 2015, capítulos 1 y 6.

[4] Gerchunoff
reflexiona: “Si el ahorro es muy bajo, como lo fue durante la Convertibilidad,
las importaciones son muy altas y emerge el desequilibrio externo. Si me
permitís la licencia, son las complicaciones de un experimento de peronismo en
economía abierta. Pero no tiremos al bebé con el agua sucia de la bañera. La
naturaleza de esa dinámica exportadora es un tema muy rico en sí mismo, más
allá de las inconsistencias de la macroeconomía”.

[5] Como
se autodefine el economista e historiador, “soy liberal porque creo que ese
conflicto solo se puede resolver en el marco de la democracia liberal, pero […]
no soy estrictamente un liberal en el plano económico. En algunas cosas lo soy,
en otras no tanto. Depende de las circunstancias. Me parece que esto quiere
decir que no soy un neoliberal”

[6] Este
lugar de reparto que le cabe a la clase capitalista en las responsabilidades
para moldear el estado actual de la economía argentina, del cual se soslaya que
son tan o más responsables que los equipos de gobierno y sus medidas de
política económica, debería sorprendernos, si no fuera un resultado de la
propia matriz con la que son leídos los problemas nacionales por entrevistador
y entrevistado. A diferencia de enfoques en los cuáles este poder de la clase
capitalista es reconocido como el actor determinante
 que
realmente es para explicar variables que son tan centrales en el análisis de
Gerchunoff como el desequilibrio externo, en el diálogo con Hora reciben
menciones más bien episódicas. Y nunca son considerados como factores actuantes
en sí mismos, cuyas decisiones determinan si se invierte en el país o no
–disyuntiva que para buena parte de los recursos potencialmente disponibles
para invertir se definió por la reticencia a hacerlo, privilegiando en vez de
ello fugar capitales– sin lo cual no se explica el aumento de la brecha de
productividad que muestra el país con el resto del mundo.

[7] Así
lo señala un reciente informe del Centro de Capacitación y Estudios sobre
Trabajo y Desarrollo de la Universidad de San Martín.

[8] A
esto se agrega que los dólares que pudo captar el Estado durante el mayor
superávit comercial sostenido que se registró en décadas, durante 2003-2014, se
fueron rápidamente por otras ventanillas, si tener ningún destino que cambiara
el atraso de la estructura económica en lo más mínimo. Esta nula transformación
estructural durante los años kirchneristas la destacan Hora y Gerchunoff, pero
nunca lo ponen en relación con el peso de los actores económicos que son capaces de
condicionar el acceso a las reservas e imponer el destino del excedente
.
La idea de que el problema pasa por “exportar más”, sin poner en discusión cómo
se exporta y quién se apropia de los frutos, es una quimera.

[9] El
monopolio del comercio exterior y un sistema financiero nacionalizado
permitirían estimular los desembolsos requeridos para fabricar o adquirir de
los medios de producción que resulten prioritarios y promover los sectores
económicos que ningún empresario se propuso ni se propone desarrollar
seriamente. El criterio para definir las prioridades debe partir de la primacía
del interés público (debatido colectivamente por la clase trabajadora y el
pueblo pobre). Impulsar que el trabajo rinda más (en la perspectiva de
“economizar” trabajo, reduciendo la jornada laboral sin afectar el poder
adquisitivo) realizando para ello inversiones que apunten al fortalecimiento de
la estructura productiva de propiedad pública y colectiva, puede ir de la mano
del mejoramiento de las condiciones de vida del pueblo trabajador: trabajar
menos y elevar al mismo tiempo el poder adquisitivo y los bienes disponibles.
Para ello es necesario ante todo terminar con esta dilapidación sistemática de
los recursos, perspectiva que solo podemos alcanzar si las principales fuerzas
productivas nacionales son puestas en manos de las y los trabajadores
conquistando un gobierno de la clase trabajadora y los sectores populares de
ruptura con el capitalismo. Con una economía altamente internacionalizada como
la actual, las transformaciones solo pueden iniciarse en el terreno nacional;
necesitan como nunca de la cooperación con las fuerzas trabajadoras del resto
del mundo, empezando por los países vecinos. Solo de esta forma, con la
solidaridad y coordinación internacional entre los países en los que la
burguesía sea expropiada, puede plantearse hoy la construcción de una economía
de transición al socialismo, que necesita apoyarse en lo más avanzado de la
técnica y la escala productiva posible.

[10] En
su libro señalan que en Argentina: “lo que sobrevive de los sindicatos no es
poco, sobre todo en el sector de servicios, y mucho más si se lo compara con el
resto de América Latina. Siempre aparece un Moyano o un Palazzo, y no me
extrañaría que aparezcan otros. Y, además, del otro lado, emerge no solo el
asistencialismo, sino también la representación de los trabajadores informales,
que ha logrado algo inesperado: imitar la organización de los sindicatos
formales, reclamando empleo y obras sociales. El mundo del trabajo está
fracturado, pero de ambos lados hay voz”.

Esteban Mercatante. @EMercatante.Economista. Miembro del Partido de los Trabajadores
Socialistas. Autor de los libros El imperialismo en tiempos de
desorden mundial
 (2021), Salir del Fondo. La economía
argentina en estado de emergencia y las alternativas ante la crisis
 (2019)
La economía argentina en su laberinto. Lo que dejan doce años de
kirchnerismo
 (2015).

Matías Maiello. @MaielloMatias.
Buenos Aires, 1979. Sociólogo y docente (UBA). Militante del Partido de los
Trabajadores Socialistas (PTS). Coautor con Emilio Albamonte del libro Estrategia Socialista y Arte Militar (2017).

Fuente: https://www.laizquierdadiario.com/Si-tu-moneda-hablara-Gerchunoff-Hora-y-el-futuro-imposible-del-capitalismo-dependiente-argentino