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De ellas depende, en lo fundamental, que exista fondo de consumo para respaldar la realización de mercancías en los mercados en MLC (antes en CUC), y en los predios de la economía informal.

Al
unísono, las remesas resultan primordiales para el fondo de acumulación
del sector privado-cooperativo, incapaz aún de generar su propio ahorro
interno en MLC, y de parte importante del sector estatal. De hecho, el
incremento del mercado dolarizado de bienes de producción y consumo
intenta forzar a los emisores y receptores de remesas a ingeniárselas
para hacerlas llegar al país burlando las restricciones de las
administraciones Trump y Biden, que en este campo también han sido
continuidad.

En
Cuba, las remesas permanecen cubiertas por el secretismo que acompaña
los datos económicos cruciales del Gobierno/Partido/Estado, sobre todo
si se relacionan con las andanzas de su hijo pródigo: GAESA. No
obstante, desde antes de surgir la nación ya las remesas y otros flujos
financieros provenientes del exterior eran vitales para la economía y
contribuyeron a consolidar una cultura de su explotación y acaparamiento
por grupos de poder.

I.

Aunque
actualmente proliferan las críticas —a veces extremistas y arrogantes—
en torno al papel de las remesas familiares en la economía, lo cierto es
que Cuba tiene una larga tradición en tal sentido, rasgo acompañante de
su economía abierta. Según su estatus económico, en diferentes épocas
ha sido más o menos exportador (remesante), o importador (remesista),
pero siempre el dinero entró y salió profusamente de la Isla para
beneficio de familias cubanas o sus parientes allende los mares.

A
diferencia de lo que creen muchos, durante los tres primeros siglos
coloniales (XVI-XVIII) Cuba no fue capaz de autofinanciarse. Aunque su
posición geoestratégica convirtiera a La Habana en la más importante
factoría comercial y militar del imperio español, su valor no era tanto
por las riquezas producidas acá como por las que pasaban rumbo a la
Península a través del Sistema de Flotas.

Tan
temprano como en 1540, la Corona obligó a la Capitanía General de Nueva
España a remitir cuantiosas sumas anuales —los situados de México— a la
Isla para financiar la construcción del sistema de fortificaciones y
mantener la guarnición de la plaza. En 1584, las autoridades insulares
recibieron de la Metrópoli el derecho a repartir tales fondos. La Habana
y Santiago de Cuba fueron las ciudades más beneficiadas por los
situados, a razón de dos terceras partes para la primera y el resto para
la segunda.

Con
altibajos, la remisión de los situados de México dotó a la Isla de
ingresos adicionales no producidos de forma endógena, lo que se mantuvo
por casi tres centurias, hasta 1811, cuando estalló la guerra
independentista en el país azteca.

Gran
parte de esos fondos para inversión inmobiliaria de carácter militar
(fortificaciones, astilleros), fue desviada en la práctica hacia
fortunas particulares, lo que dio lugar a un modo de actuación corrupto
que llegaría a entronizarse como hábito de las altas autoridades
político-militares y otros grupos de poder: lucrar a expensas de
financiamientos externos originalmente destinados al desarrollo del
país.

No
obstante, en lo tocante a remesas familiares Cuba colonial fue un país
netamente exportador. La figura del indiano —ricos emigrantes que
volvían a España con las bolsas repletas— y sus envíos fueron
determinantes en el desarrollo y prosperidad de familias, pueblos y
regiones enteras de la Madre Patria. Si bien la mayoría de los
inmigrantes españoles eran pobres que ahorraban para remesar contadas
pesetas a sus depauperadas familias y ayudarlas a subsistir.

Con
el fin de la colonia, la migración española lejos de disminuir se
amplificó, al convertirse en ciudadanos cubanos —o residentes
extranjeros— la mayor parte de los peninsulares que vivían en la Isla y
buena parte de los ex-soldados del ejército colonial.

A
ellos se sumó, entre 1901 y 1930, una exorbitante inmigración que trajo
a Cuba a uno de cada tres españoles llegados a América, e hizo crecer
la población 2,4 veces entre 1899 y 1931. Otra oleada sería la de
exiliados izquierdistas del bando perdedor republicano en la Guerra
Civil Española (1936-1939). Aquellos inmigrantes fueron padres y abuelos
de los actuales ciudadanos cubano-españoles.

Por
su parte, en época de la república la población cubana no tenía
tendencia a emigrar, salvo en períodos de crisis y hacia Estados Unidos.
Los trámites legales para que un cubano emigrara al vecino país eran
tediosos y rigurosos, y mínimas las visas que otorgaba la embajada. Los
trabajadores humildes que lo intentaban hallaban pocas posibilidades de
establecerse en el Norte. Todo cambió con el triunfo de la Revolución en
enero de 1959.

Desde
entonces, EE.UU. se volvió refugio seguro para cualquiera que saliera
de Cuba, legal o ilegalmente. La visa dejó de ser un trámite necesario y
la categoría de inmigrante desapareció para los cubanos, que pasaron a
ser tratados sin excepción como exiliados de un país comunista, según
los cánones de la Guerra Fría.

Ni
remesante ni remesista durante tres décadas, Cuba no dejó por ello de
ser receptora de fondos provenientes del exterior y no vinculados a su
actividad económica interna. Entre ellos se contaron los subsidios
concedidos mediante la política de precios resbalantes y compensatorios
que aplicaron la URSS y el CAME a lo largo de veinte años, y los
provenientes de la venta por la URSS a Occidente de los excedentes de
petróleo «ahorrados» por Cuba. Ambos se estimaron en 60,000 millones de
rublos y 8,000 millones de USD, respectivamente.

Respecto
a las remesas familiares, la penalización legal de la circulación del
dólar  dentro de Cuba condicionó que por tres décadas los contactos
económicos entre los que se fueron y los que se quedaron se limitaran a
paquetería, medicinas y alimentos. En consecuencia, el precio del dólar
en el perseguido mercado informal cubano de divisas, se mantuvo entre
los 4-7 pesos hasta inicios de los noventa, cuando la crisis del Período
Especial lo cambiaría todo.

II.

Como
parte de las medidas adoptadas desde 1993 para paliar la profunda
crisis y paralización de nuestra economía, se decretó la circulación
legal del dólar y la consiguiente recepción de remesas en esa moneda.
Desde el inicio, el negocio de las remesas se entregó a la corporación
CIMEX SA —creada en 1978 por la inteligencia cubana en Panamá— y sus
filiales FINANCIERA CIMEX SA (1984) y American Internacional Services SA
(1988).

A
su vez, el mercado dolarizado también estaría en manos de CIMEX, que
tendría así el control absoluto del negocio remesas/viajes/tiendas MLC.
Ese mercado cautivo generaría anualmente una suma que, aunque
desconocida e imposible de conocer, asciende con seguridad a varios
miles de millones de USD anuales. Ya en 1995, las remesas se estimaron
en 537 millones de dólares (MD).

A
partir de entonces, las remesas familiares han constituido un factor
importante en el enfrentamiento Cuba-EE.UU. y uno de los pocos
mecanismos financieros empleados por el gobierno cubano para incidir en
la vida económica del país, aunque con decisiones teñidas de un soberbio
autoritarismo. Entre ellas, la que se adoptó en 2004 cuando, para
desestimular la entrada de remesas ante las sanciones de la
administración Bush, se impuso a la moneda del enemigo un gravamen del
10% para su cambio en CUC.

Desde
2011, en que se aprobó la liberalización y ampliación del llamado TCP,
comenzó a entrar al país a través de las remesas una cantidad inmedible
de fondos de inversión para buena parte de los negocios privados. Ante
la falta de estadísticas oficiales, se suele atribuir este destino al
50% de las remesas.

El
incremento del papel de las remesas en el siglo XXI, sin embargo, no es
exclusivo de Cuba. En la región latinoamericana, México es el mayor
receptor: 23,645 MD en 2014, más de la tercera parte del total regional y
superior a sus exportaciones de petróleo, pero el impacto en su
economía es de solo un 2% del PIB. Por el contrario para Guatemala,
segundo país receptor a nivel regional, las remesas representan el 15%
de su PIB, la mitad de sus exportaciones y el monto total de sus
reservas financieras.

A
tenor con la tendencia mundial y regional, en Cuba también ha crecido
el rol de las remesas en la economía de los hogares. Solo que el estado
crítico de nuestra economía, su falta de fuentes de acumulación internas
y la agudización de las sanciones de los EE.UU., provocó que en el
último decenio la influencia de las remesas aumentara de manera
galopante y desigual.

En
2011 ascendían a 1,500 MD; en 2016, en pleno deshielo de la era Obama, a
2500 MD; en 2019, a pesar de las sanciones de Trump que eliminaron las
transferencias por Western Union y el transporte por viajeros (mulas),
se estimaron en 2055 MD (1,721 provenientes de EE.UU.), que llegaron a
1, 042,451 hogares, el 26% del total.

Para
contrarrestar las sanciones norteamericanas a las empresas militares,
en 2019 el Banco Central de Cuba (BCC) dispuso el uso del dólar en
operaciones de ventas minoristas en divisas, importación, venta de
mercancías en consignación y régimen de depósito de aduana entre
entidades importadoras y personas naturales residentes en el país. De
este modo, se inició el restablecimiento del reinado del dólar en el
mercado cubano, en sustitución del ya inoperante CUC. Nuevamente al peso
cubano quedaba en la estacada.

A
fines del 2020, el BCC fue más allá y autorizó a Servicios de Pago Red
S.A. (REDSA) —institución financiera no bancaria que atiende la red de
cajeros automáticos—, para tramitar los envíos de remesas en lugar de a
FINCIMEX, de GAESA. No obstante, hasta ahora no se ha informado de
contacto alguno de dicha empresa con aquel país para cumplir con el
mandato en cuestión.

Actualmente
se extiende rápidamente una tercera modalidad de comercio dolarizado en
tiendas por toda la Isla, mediante el empleo de tarjetas VISA o
Mastercard, al que no tienen acceso los consumidores internos con
tarjetas MLC de bancos cubanos. Al comprar alimentos y productos
industriales nacionales en los portales de venta Envíos Cuba y Bazar
Regalo, las remesas adoptan la forma de compras directas desde el
extranjero, y ese dinero fresco se deposita en cuentas foráneas que no
se sabe si pertenecen al sistema bancario cubano.

Tras
las protestas del 11-J, Biden orientó reanalizar la política de remesas
a Cuba a fin de flexibilizarla, pero ningún resultado se ha constatado
aún. Aunque la disminución de la pandemia, el fin de la vacunación y la
reapertura del turismo en la etapa invernal auguran el inicio de la
reanimación económica, la flexibilización de las remesas familiares
ayudaría notablemente a paliar los efectos de la pandemia y promover la
inversión en el sector privado (mpymes, campesinos, TCP) y cooperativo.

Mayores
remesas favorecerían no solo el incremento del consumo familiar, sino
la disminución del exorbitante precio del dólar en el mercado informal
(75 pesos en tarjeta y 62 en físicos) y beneficiarían, por derrame, a
toda la sociedad. Es preciso reducir el protagonismo del gobierno
estadounidense en las decisiones sobre las remesas a Cuba.

Con
ese fin, las autoridades cubanas han de hacer todo lo posible para
quitarle pretextos a los halcones cubano/americanos y lograr la
reapertura de los envíos, aunque para ello se tenga que sustraer a las
empresas de GAESA y devolver a las instituciones financieras civiles el
manejo de este sector tan importante, y cada vez más creciente, de los
ingresos nacionales.

Mario Valdés Navia, investigador Titular, Dr. en Ciencias Pedagógicas, ensayista, espirituano.

Fuente: https://jovencuba.com/remesas-pasado-presente/