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El sentido era, presionando al STF para mantenerse distante, utilizar al juez Sérgio Moro (eximio en aplicar el law fare) para sacar a Lula de las elecciones presidenciales, condenarlo por el delito que fuera, en este caso “por delito indeterminado”, y ponerlo en la cárcel donde permaneció más de 500 días. Esto abriría el camino para la elección del ex capitán reformado perentoriamente por mal comportamiento, Jair Bolsonaro. Es lo que realmente pasó.

Conocemos la “desolación de la tribulación” bíblica, que sobrevino a nuestro país con el presidente electo. Ocupó militarmente el Estado con 11 mil militares en distintas funciones de mando o de administración. No supo guardar la dignidad que el más alto cargo de la nación exige y se entregó a difamaciones, a mentiras directas, a las fake news, al uso vergonzoso de palabrotas con desprecio soberano de la prensa. Mente asesina, prefirió incentivar la compra de más armas por los civiles que elaborar un plan de enfrentamiento a la covid-19, que ha causado ya más de 220 mil víctimas y nos estamos aproximando a 10 millones de infectados. En la evaluación mundial, Brasil ha quedado en último lugar en las políticas sanitarias contra la covid-19 así como en vacunar a la población. 

Nuestra democracia que históricamente ha sido siempre de baja intensidad, ahora, con Bolsonaro y comparsas, voló en pedazos sin ni siquiera llegar a ser de bajísima intensidad. Se ha vuelto una farsa y sus principales instituciones un disfraz de legalidad, por más que se diga que “las instituciones funcionan”. ¿Cabe preguntar para quién? No para la política sanitaria mínima, no para la justicia necesaria para millones de desempleados, para los indígenas y quilombolas, no para el cuidado de la naturaleza en devastación, no para defensa contra amenazas directas al STF ni contra un propósito declarado de golpe militar. Bajo el disfraz de legalidad se blindan notorios corruptos, se concede fácilmente habeas corpus a políticos acusados de ilegalidades y hasta de crímenes y permanecen impunes los centenares de feminicidios y ofensas e incluso asesinatos de los LGBTI.

Me voy a permitir usar las palabras de dos sociólogos ya que encontré en ellos las mejores maneras de expresar lo que siento y pienso acerca de nuestra pretendida democracia: Thiago Antônio de Oliveia Sá, sociólogo y profesor universitario (cf. O sequestro das instituições brasileiras, en Carta Maior de 14/02/2021) y Pedro Demo, compañero de estudios en Brasil y enAlemania, profesor de la Universidad de Brasilia, una de las inteligencias más brillantes que conozco, con vasta obra de investigación científica. De ellas me sirvo tomando apenas algunos tópicos significativos del libro Introducción a la Sociología: Complejidad, Interdisciplinariedad y Desigualdad Social, Editora Atlas, São Paulo 2002 pp, 329-333), donde aborda directamente el tema de la democracia en Brasil. 

Comienzo con Oliveira Sá en el referido artículo de Carta Maior: «Lo público es un anexo de lo privado. La pericia cede lugar a la malicia. La corrosión institucional se visualiza fácilmente: oscurantistas y mal educados como ministros de Educación; un ecocida que pasa su boyada sobre el medio ambiente; una ruralista al frente de la agricultura nos envenena con sus más de 500 agrotóxicos legalizados; una evangélica fundamentalista cuida de las mujeres y demás minorías con su machismo y su obsesión con la sexualidad ajena. No nos olvidemos del primer ministro de Salud, lobista de los planes privados, extendiendo su mano visible sobre el SUS. Un emisario del mercado financiero dirige el ministerio de economía. Un chiflado, paria orgulloso y antiglobalizador (sea lo que sea eso), hace de Brasil vejamen internacional en las relaciones exteriores. Un racista al frente de la Fundación Palmares. Policía federal convertida en guardaespaldas particular de la presidencia y de sus hijos. La Procuradoría General de la República librando la cara del empresario de las rachadinhas. Un militar en la Salud no necesita mayores explicaciones…. jueces que toman partido, ver las nuevas filtraciones de los planes nada republicanos de Moro, Dallagnol y sus comparsas. Absurdo, pero no sorprendente: la vieja conversión de las instancias judiciales en arma de grupos dominantes. Para persecución de adversarios, para inviabilizar sus candidaturas en favor de otros».

No pierde en contundencia Pedro
Demo. Lo que escribió en 2002 vale mucho más para
2021: «Nuestra democracia es escenificación nacional de refinada
hipocresía, llena de leyes “bonitas”, pero hecha siempre en última
instancia por la élite gobernante para que le sirva de principio a fin.
Nuestra democracia refleja crudamente la “lucha por el poder” en el
sentido más maquiavélico de lucha por los privilegios. Los políticos sin
privilegios son figuras espurias en nuestro escenario; de entrada son
personas que se caracterizan por ganar mucho, trabajar poco (mi
comentario: véase al ex diputado Jair Bolsonaro en sucesivos mandatos),
hacer negocios poco claros, emplear a familiares y asociados,
enriquecerse a costa de las arcas públicas, entrar en el
mercado por arriba. Pero hay excepciones que confirman la regla.
La propia
Constitución de 1988 no alberga propiamente un proyecto nacional
colectivo, afinado bajo la batuta de la justicia y la igualdad de
oportunidades, sino una propuesta corporativista tallada por medio de la
presión particular: los magistrados hicieron su capítulo, así como la
policía, las universidades, el legislativo, el judicial, el ejecutivo y
la iniciativa privada… Y la tan ponderada por Ulysses
Guimarães como “Constitución Ciudadana”, pero con
una concepción corporativista extrema, pero sin ninguna conexión con una
base financiera e institucional … Al final hicimos otra imitación
barata del estado de bienestar. Pero hay cosas buenas como la ley de
responsabilidad fiscal para evitar gastar lo que no se
recauda…El legislativo lejos de defender ideas, propuestas, equidad,
defiende fondos, tajadas de poder, privilegios exclusivos. Es el
principal lugar de negociación, de aquí y de allá… No es, pues, difícil
demostrar que nuestra democracia es sólo formal, farsante, que convive
solemnemente con la miseria de las grandes mayorías.
Si aunáramosdemocracia con justicia social, nuestra democracia sería su
propia negación. En la clase política dominante en general, no hay
rastro de un gesto dirigido a superar males históricos enraizados en
privilegios absurdos para unos pocos… Nuestra pobre
política lancinante se traduce en la miseria de nuestra democracia. Por
eso es tan importante mantener la ignorancia política de las
masas»(333).

La
realidad política de Bolsonaro es mucho peor que la delineada arriba.
Su objetivo es devolver el país a la fase anterior a la
Ilustración, a la universalización del saber, los derechos y la
democracia en dirección regresiva a tiempos oscuros de lo peor de la
Baja Edad Media; no de la dorada Edad Media con sus inmensas catedrales,
con la creación de universidades, con sus sumas teológicas, con sus
sabios, místicos y santos. Todo lo que se creó en los gobiernos de
Lula-Dilma con sabor popular o inserción de los empobrecidos en la
sociedad ha sido literalmente desmantelado de manera
criminal, pues ha implicado sufrimiento para quienes siempre han sufrido
históricamente.

Nos causa horror e indignación constatar
que aquellas autoridades judiciales y políticas que podrían promover
acciones jurídicamente fundadas contra la irresponsabilidad jurídica y
delitos sociales comunes del presidente no se muevan, ya sea porque se
sienten cómplices o por ausencia de espíritu patriótico y faltos de
sentido de justicia social. Como viven a kilómetros luz del drama del
pueblo y ven sus derechos adquiridos y sus privilegios garantizados, no
les mueve la noble compasión para usar los instrumentos jurídicos de que
disponen para librar a la nación de aquel que la está destruyendo y
sigue más aferrado aún a este mismo intento perverso. 

Razón tiene el Papa Francisco al hablar
varias veces a los movimientos sociales mundiales, aquellos que quieren
otro mundo porque este les es un infierno o un purgatorio: no esperen
nada de arriba, pues siempre viene más de lo mismo o peor. Empiecen por
ustedes mismos, es decir, las multitudes deben salir a las calles y las
plazas y votar para echar a los que les secuestran las oportunidades de
ser gente y de sentirse con un mínimo de dignidad y alegría de vivir.
Esperamos que suceda eso. Sólo después de sentirse amenazados, los
dominantes se adhieren. Si no tenemos cuidado, se apropian de la energía
emergente para sus propios fines privados. Pero aquello que debe ser
tiene fuerza: la destitución de quien conduce una política necrófila y
enemiga del propio país.

Ante la oscuridad del horizonte, y con
mucho coste, manteniendo la esperanza contra toda esperanza, hago mías
las palabras del Maestro, transido también de profundo pesar: tristis est anima mea usque ad mortem.

Leonardo Boff es teólogo, filósofo y escritor.

Traducción: M.ª José Gavito Milano, para El blog de Leonardo Boff.

Fuente: https://leonardoboff.org/2021/02/22/hoy-la-democracia-como-farsa-y-las-instituciones-como-disfraz/