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Mientras escribía el Prólogo del libro de Saïd Bouamama Georges Ibrahim Abdallah, manual de militancia dentro y fuera de la cárcel, Boltxe Liburuak diciembre de 2022-, sobre las impresionantes lecciones que debemos extraer de la praxis vital de Georges Ibrahim Abdallah, rememoraba las charlas-debate que algunas personas manteníamos mientras existió la ya extinta izquierda abertzale sobre la dialéctica entre, por un lado, el duro compromiso militante en cuanto a sacrificios personales que hay que asumir y, por otro lado, lo que entendíamos como el placer de la subversión que podía compensar e incluso superar el dolor de las renuncias. Antes de seguir debemos recordar que el libanés G. Ibrahim Abdallah es el prisionero político que más años lleva en las cárceles del imperialismo francés, tres décadas de prisión por su praxis comunista, internacionalista, antiimperialista y antisionista.

Lo
que aquí está en juego es decisivo: la praxis de una vida
encarcelada durante treinta años por su antiimperialismo e
internacionalismo radical nos lleva a una reflexión que antes era
obvia, que luego casi desaparece y que desde hace un tiempo empieza a
volver a escena: el comunismo no es sólo una posibilidad y una
necesidad, también es un deseo y una esperanza, o si se quiere y
parafraseando a Lukács sobre Lenin, la actualidad del comunismo.
Pero una actualidad que prefigura un futuro deseado y esperado,
aunque de parto difícil y doloroso. Aquí, en este debate y sin
mayores precisiones sobre otras corrientes como las psicoanalíticas,
la reichiana, las de la Escuela de Frankfurt y la marcusiana y
frommiana, las de Guattari, Lacan y toda la palabrería post,
entendemos por deseo aquel anhelo aristotélico que refuerza la lucha
para conquistar el placer, la felicidad en la vida que va logrando
hacerse cada vez más plena sabiendo que no puede llegar a la
plenitud total.

Este
deseo y esta felicidad revolucionaria, procesual y por tanto
reversible si es derrotada, nunca puede materializarse en actos
concretos mediante el reformismo pragmático del pseudo-placer
hedonista asquerosamente burgués, esa falsa felicidad esclava
alienada por el fetiche del dinero,
solo se
materializan en la práctica concreta mediante la dialéctica de los
delicados equilibrios entre renuncias y gozos inherentes a lucha
revolucionaria por la extinción de la injusticia que se va
alcanzando durante la realización de las potencialidades creativas
de la especie humana genérica, omnilateral y pluridimensional. La
lucha contra la propiedad privada es el secreto del deseo comunista y
del placer de la subversión porque sólo la superación histórica
del valor y del trabajo abstracto, es decir, de la dictadura del
salario y de la mercantilización de la vida, asegura el libre
desarrollo de cada cual dentro del desarrollo libre de la comunidad.

Alguien
definió a la ética subyacente a esta segunda concepción, la
comunista, como estoico-epicureana. No falta quien la llamó el
substrato “trágico” de un marxismo a lo L. Goldmann, o una de
las variantes blochianas, por no citar a las derivaciones muy
forzadas del pensamiento de W. Benjamin o a las cartas de las y los
revolucionarios poco antes de morir, de inmolarse o de ejercer el
derecho supremo a la propia muerte. La historia de la lucha por la
libertad nos ofrece una lista de referencias cuasi infinita que
desborda este corto artículo. Se ve que actuamos y pensamos en un
universo antagónico al de la fútil superficialidad de las
mercancías ideológicas posmodernas, laclaunianas y neoreformistas,
tan útiles al capital. Por esto recordamos siempre la carga ética
de Txiki, militante de ETA, poco antes de ser fusilado por la
dictadura franquista, haciendo suyas estas palabras del Che: «Mañana,
cuando yo muera, no me vengáis a llorar. Nunca estaré bajo tierra,
soy viento de libertad».

Pues
bien, ahora estos debates son más necesarios que entonces por
razones que no hace falta explicar. En realidad, siempre lo han sido
porque la lucha contra la propiedad privada en sus múltiples
expresiones históricas inevitablemente genera dosis de represión,
exige compromiso y coherencia en el momento de optar por la
mansedumbre del buey o por los riesgos inherentes a la libertad. La
referencia al buey no es casual o meramente literaria. Marx respondió
a la pregunta de un amigo diciendo que si hubiera decidido ser un
buey jamás hubiera escrito El
Capital
, logro
inacabable por su misma dialéctica que le hacía pese a ello
eternamente feliz. Conocemos los sacrificios que tuvo que hacer la
familia Marx y la ayuda que necesito de muchos camaradas no sólo
para redactar El
Capital
sino para
su vida entera sobre todo desde que la familia gastase la herencia
materna en armas para la revolución de 1848, siendo vigilada desde
entonces por todas las policías.

No
es un caso único, como tampoco lo es el de Georges Ibrahim Abdallah
porque cada parcela de libertad radical, concreta, debe ser
conquistada con presión, con lucha. Según les asustemos más o
menos, el micro-poder de turno o el poder en sí cederá a
regañadientes algunas libertades formales, insustanciales, no
peligrosas para él, mientras que de inmediato empieza los ataques
para recuperar lo que ha tenido que ceder y para ir más allá, para
derrotar estratégicamente al proletariado: la OIT ha publicado un
informe demoledor sobre el retroceso del salario obrero y el avance
de la ganancia capitalista en el mundo durante los últimos años. El
imperialismo, la OTAN, la pujante industria de la matanza humana, la
reorganización mundial del fascismo, la irracionalidad polícroma al
alza, forman parte de la ofensiva desesperada del capital contra la
humanidad explotada.

Resumiendo
la lucha de clases hasta 1881, Marx aconsejó a un revolucionario
holandés que todo partido socialista que llegase al gobierno
mediante elecciones debía asustar
–en cursiva por el propio Marx– a la burguesía para impedir una
contrarrevolución. Los hechos le han dado la razón, como vuelve a
verse con el «golpe blando» que ha derrocado a Pedro Castillo en
Perú, o la preparación de un intento de golpe nazi en Alemania
desmontado fácilmente por sus servicios secretos siguiendo los
manuales del control de masas mediante la pedagogía del miedo, por
citar solo dos casos actuales. Si de las alturas del acceso al
gobierno, que no al Estado en cuanto forma político-militar del
capital, descendemos a las luchas por otras reivindicaciones nos
encontramos ante el mismo obstáculo: ¿acaso no
asusta
la libertad
de la mujer, de los pueblos y de las clases explotadas al
patriarcado, al imperialismo y al capital? ¿Acaso una huelga no
asusta
al capital que corre a protegerse tras su violencia represiva, tras
su justicia? ¿Acaso no asusta
una asamblea vecinal que exige servicios sociales elementales al
ayuntamiento plegado a las imposiciones de las grandes empresas?

¿Acaso no asusta al capitalismo el dicho abertzale de Jaiak bai, borroka ere bai, fiesta sí, lucha también; o este otro de Gazte naiz, eta harro nago, soy joven y estoy orgulloso, o el de Gazte eta aske, joven y libre? ¿Acaso no le asusta más incluso que esa juventud se declare orgullosamente comunista, radicalmente crítica con el poder adulto que le ha dejado a los pies de los caballos del capitalismo más feroz, que le reprime con todas las policías y leyes represivas por ahora a su alcance? ¿Acaso no nos gratifica, anima e impulsa esa desbordante alegría y felicidad de la juventud revolucionaria que, sin embargo y por ello mismo, asume conscientemente los riesgos inherentes a su militancia? ¿Acaso el capital y el imperialismo franco-español que nos oprime no saben que su orgullo es el nuestro? ¿Acaso no se asusta por ello al leer en los carteles callejeros la necesidad de un Estado Socialista?

Cuando
no se asusta
al poder, sino que se le refuerza, se desune y desmoraliza al
proletariado, y además se reprime a sus sectores revolucionarios,
entonces se refuerza a la burguesía, se facilita la involución
política y se traiciona al pueblo trabajador que con sus votos ha
aupado al gobierno a ese partido, y hay que decir lo mismo sobre
otras fuerzas políticas que anteriormente combatieron con heroicidad
al poder y ahora son sus muletas. Es en estos momentos cuando más se
demuestra la importancia crucial de haber organizado previamente un
partido revolucionario con militancia formada teórica, política y
éticamente, una militancia que practique mediante el deseo, la
esperanza la prefiguración del comunismo en cada lucha diaria en lo
necesario, ampliando lo posible hasta convertirlo en probable y,
según los avatares de la lucha, en triunfo.

En
abril de 1865 Marx respondió escuetamente a varias preguntas, entre
las que destacamos estas: «¿Qué cualidad prefiere?: La sencillez.
¿Su rasgo característico?: La unidad de objetivos. ¿Qué defecto
detesta más?: El servilismo. ¿Qué defecto tolera más?: La
credulidad. ¿Su idea de la felicidad?: La lucha. ¿Su idea de la
desgracia?: La sumisión. ¿Su héroe?: Spartacus, Kepler. ¿Su
máxima favorita?: Nihil
humani a me alienum puto

(Nada de lo humano me es ajeno). ¿Su divisa preferida?: De
omnibus dubitandum

(Hay que dudar de todo)».

Las
respuestas nos facilitan el debate sobre el placer de la subversión
inseparable del deseo del comunismo, abriéndonos a una reflexión
crítica: ¿Qué relación existe entre, por un lado, el sacrificio
y el dolor que asumimos conscientemente cuando renunciamos a deseos y
placeres que nos harían felices, cuando decidimos luchar sabiendo
que la represión nos ronda, etcétera; y, por otro lado, cuando a
pesar de todo ello, sentimos una profunda gratificación ético-moral
y, por ello, esa serenidad interna que nos equilibra y guía en el
aparente caos de la vida? Las religiones, que se basan en la
obediencia temerosa y egoísta al castigo divino, solo empeoran el
problema porque buscan la solución fuera de las contradicciones
materiales, en el inexistente «cielo». El individualismo burgués,
esclavo del fetichismo de la mercancía, lo agrava aún más porque
multiplica exponencialmente la iniquidad al hacer del ser humano no
ya un lobo contra sí mismo, sino un mercader contra sí mismo: el
salto del homo
homini lupus
, al
terrible homo homini
mercator
. ¿Y qué
decir de los reformismos pacifistas que refuerzan la mansedumbre ante
la injusticia?: el pacifismo estricto es profundamente inmoral.

Por
el contrario, la vida sencilla nos inmuniza ante el orgullo
prepotente de las jerarquías, de los poderes, de las burocracias
consustanciales a la mísera civilización burguesa, a su racismo y
misoginia terroristas; también refuerza una calidad de vida
incompatible con el consumismo derrochador enseñándonos un gozo no
consumista, no competitivo sino equilibrado, solidario, comunal y
comunista. La unidad de objetivos nos facilita no caer en el
sectarismo, en el elitismo que se cree superior y que desprecia al
pueblo, negando su increíble potencia creativa cuando se yergue.
Sobre esta doble base –sencillez y unidad de objetivos– la lucha
contra el servilismo y la sumisión como el defecto y la desgracia
más detestables se convierte en una necesidad imperiosa en todos los
sentidos.

A
comienzos del siglo XIX se llamaba serviles a quienes se arrodillaban
física y mentalmente ante el oprobio monárquico, ahora se mantiene
ese desprecio, pero se ha ampliado a todas aquellas personas que,
además de obedecer sumisamente a la «figura del Amo» en su
irracionalidad estructurante, también actúan como un obediente y
fanático soldado del euro, del dólar, de la dictadura del salario.
No existe peor servilismo, sumisión y fanatismo que estos y
derrotarlos día a día produce un gratificante placer ético
maravilloso. Lenin llamó a la revolución la fiesta de los oprimidos
y cualquiera que haya vivido la organización de una huelga, por
poner este ejemplo de entre los muchos disponibles, conoce esa
burbujeante sensación liberadora no exenta de riesgos y sacrificios
que siente en esos momentos porque se está venciendo el miedo a la
libertad.

Pero
esa praxis cotidiana vital exige formación teórica, esfuerzo
intelectual, conocimiento de la historia real, la de la lucha de
clases y de las guerras antiimperialistas, no de la creada por la
burguesía que sólo habla de derrotas populares, negociaciones
tramposas y claudicaciones obreras. La historia de las rebeliones
esclavas y de Spartacus, la historia de la lucha por la ciencia
crítica contra todos los obscurantismos negacionistas, como la de
Kepler. Hay que extender la capacidad crítica basada en la lucha a
pie de obra, dentro de ese pueblo proletario, por ello hay que
demostrar que la credulidad es tan dañina como el servilismo y la
mansedumbre que propagan la ignorancia y el odio al saber crítico.
Por eso es imprescindible la divisa de que hay que dudar de todo,
combatir todo dogma y ser criticó con uno mismo sin arredrarse ante
las consecuencias de la esa crítica metódica, lo que supone dominar
la dialéctica materialista, la teoría marxista del conocimiento, la
teoría de la crisis como piedra angular de la posibilidad, la
necesidad, el deseo, la esperanza y el placer comunista.

Y
todo ello dentro de la cosmovisión en la que la lucha y la felicidad
se refuerzan como unidad en cada una de sus partes, de modo que la
persona servil y sumisa es infeliz y la persona feliz es la que
participa en la lucha revolucionaria en la medida de sus
posibilidades. Sabemos que la moral y la felicidad de los y las
prisioneras políticas aumentan en la medida en que en la calle
aumenta la lucha de sus naciones trabajadoras, aunque ellas apenas
puedan ayudar desde las cárceles. Sabemos que la esperanza por un
mundo mejor y por su misma felicidad aumenta en las y los obreros que
ven cómo otras empresas van a la huelga por las reivindicaciones
comunes, lo que facilita que terminen integrándose en esas
movilizaciones con su unidad de objetivos.

La
felicidad y la lucha son contagiosas, son la mejor pedagogía
liberadora mediante el ejemplo práctico de la liberación que están
consiguiendo las personas que sufren nuestras mismas opresiones e
injusticias, nuestra explotación. Ahora mismo, miles de personas
mayores protestan a despecho del viento y la lluvia, para aumentar
las jubilaciones, pensiones y servicios sociales reducidos casi al
mínimo vital, sintiéndose felices porque saben que ese esfuerzo
extra para su edad es para mejorar sus condiciones de vida pero
también las de sus hijos, hijas, nietas y nietos, para no
condenarles a un empobrecimiento más duro, para que no sean tratadas
como mulas de carga, como lo es el pensionariado, en especial las
mujeres trabajadoras agotadas por décadas de esclavitud
patriarco-capitalista.

La
felicidad y el deseo comunista, la esperanza roja por un mundo sin
propiedad privada, por un mundo humano en el sentido absoluto del
término, sin imperialismo, llega a su culmen precisamente con la
máxima de que nada de lo humano me es ajeno. El internacionalismo,
la lucha antiimperialista en el mundo y en el país propio, en la
vida diaria a la hora de reducir el consumismo desquiciado, a la hora
de ayudar siquiera con un esfuerzo económico diario a favor, por
ejemplo, del pueblo saharaui, de la empobrecida infancia del norte
imperialista, de armas para el pueblo palestino o de jeringuillas
para la siempre perseguida Cuba, nuestra Cuba del alma. La lista es
inagotable y siempre nos lleva al esencial derecho/necesidad de la
resistencia armada de la humanidad oprimida contra la muy minoritaria
minoría capitalista. El primer y elemental derecho humano es el
derecho a la felicidad liberadora, al placer revolucionario, a la
risa de la infancia y a la vida plena de las generaciones que nos lo
han dado todo. Un derecho que nos exige sacrificios y renuncias en el
plano individual y colectivo, pero sin el cual, si no lo practicamos,
sencillamente dejaríamos de ser humanos para convertirnos en bueyes.
Georges Ibrahim Abdallah no es un buey, es la libertad encadenada por
ser humana, por ser comunista.

EUSKAL
HERRIA, 9 de diciembre de 2022