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Fruto de la pandemia, los países del mundo echaron
andar lo que el FMI dio en llamar “el gran confinamiento”, una suspensión de las interacciones sociales que
componen gran parte de la vida comercial y productiva de las naciones. El fin
de esta iniciativa apuntaba a aliviar los contagios, y evitar de esta manera la
congestión y el colapso de los sistemas sanitarios.

Si
bien resulta difícil calibrar el impacto final de la pandemia, sus actuales
consecuencias son enormes, llevando la conmoción a los niveles de la crisis de
1930 en lo que respecta a producción, desempleo, comercio y pobreza, entre
otros. La confianza en la reactivación mundial se encuentra centrada en la
esperanza científica de vacunas eficaces y ampliamente difundidas a nivel
mundial, propósito, este último, rápidamente contravenido por la lógica de
beneficios de los grandes laboratorios y la influencia geopolítica de la
inmunización.

Al
parecer, hay varias ramificaciones en el abordaje de los efectos de este
capitalismo corrosivo. En principio, el neoliberalismo ha activado sabiamente
la amnesia social con respecto a las consecuencias generadas por la aplicación
de sus políticas económicas, antes de la pandemia. El resultado de estas
medidas económicas ha sido tan devastador que ha vuelto inviable casi cualquier
acción para moderar las consecuencias de la segunda ola de la depresión. El
legado resulta un mundo económicamente desmembrado y con mínimos márgenes de
acción para amortiguar sus impactos negativos.

La
amenaza de tratar de recomponer la economía posterior a la pandemia es una
tarea realmente compleja. Aun así, debemos dejar constancia del punto de
partida en el que nos encontrábamos con anterioridad al COVID-19, producto del
inventario heredado de las políticas neoliberales que aún hoy se quieren poner
en práctica.

Como muestra en cuadro, el mundo previo a la pandemia venía con una tasa de crecimiento del producto aceptable, hasta el afianzamiento del neoliberalismo, que lo redujo a la mitad.  América Latina creció a una tasa razonable de 1970 a 2000, incluso con la década perdida jugando en su contra, al soportar la carga de un magro crecimiento del 1.2%.

Fuente: El Tábano Economista en base a datos oficiales

Para la OIT, 500
millones
 de personas trabajaban en el 2019 menos horas que las
que hubieran querido; el motivo, la desaceleración del crecimiento económico.
Unos 370 millones personas se encuentras desempleados, nivel estándar en los
últimos diez años, aunque habría que agregarle 122 millones que no están
catalogados como desempleados. Unos 270 millones de jóvenes entre 15 y 24 años
no trabaja ni estudia, 2.000 millones viven con menos de U$S 3.50 por día.

De las 5.700 millones de personas en el mundo mayores
de 15 años en edad de trabajar solo están empleadas 3.300 millones, el 57%.
Padecían hambre en el 2019 unas 690 millones de personas y 750 millones, es decir, uno de
cada 10 seres humanos
 que habitan el planeta está expuesto a la
inseguridad alimentaria. Si tomamos en cuenta las necesidades de una dieta
balanceada, unas 2.000 millones de personas, el 27% de la población mundial, no
dispone del acceso a los nutrientes necesarios por sus niveles de ingresos. Ya
en el 2019 se conjeturaba, sin pandemia a la vista, que de seguir así la
distribución del ingreso y la falta de empleo, se podría arribar antes del 2030
a 850 millones de personas que sufran hambre; la pandemia ya se encargó de
hacerlo realidad.

De acuerdo con Oxfam, el 82% de la riqueza mundial generada durante 2018
fue a parar a manos del 1% más rico de la población mundial, mientras el 50%
más pobre, 3.700 millones de personas, no se benefició  en lo más mínimo
de dicho crecimiento. De hecho, tan solo 8 personas (8 hombres, en realidad)
poseen la misma riqueza que 3.600 millones de seres humanos, la mitad más pobre
de la humanidad.

La
deuda mundial, por su parte, alcanzó en 2019 los 255 billones de dólares,
superado en 322% el PIB anual del planeta, lo que supone 40 puntos porcentuales
(87 billones de dólares) más que la acumulada al inicio de la anterior crisis
económica, en 2008. Todo esta calamidad sin pandemia.

Ahora,
con pandemia, los números expuestos se agravan. El PBI, que ronda un 2 o 2.5%,
retrocedió en el mundo un -4.5%, el empleo perdió hasta ahora unos 255 millones
de puestos de trabajo, el empleo, que alcanzaba un 57% de la población
económicamente activa, se retrajo 51%, y la participación del trabajo en la
renta nacional, que venía cayendo desde el 2004, no presenta piso conocido, al
igual que las deudas, el déficit, la expansión de los niveles de pobreza. Así,
al menos 166 millones de personas caerá en la pobreza y sobre las heridas de
esta desigualdad aterradora, el coronavirus amplió la brecha.

La
recuperación de la crisis del 2008 fue magra, lenta e intensamente
desequilibrada. La desproporción tuvo su lógica en el rescate de los grandes
bancos, y las enormes compañías, en contraposición con el empleo, el salario y
la obvia consecuencia de una mayor desigualdad. Una política monetaria laxa,
sobre el estandarte de la flexibilidad cuantitativa, tipos de interés bajos,
estímulos fiscales para los beneficiarios de siempre, no terminaron por
equilibrar nada, pero dejaron a su paso un incremento del valor de los activos,
empresas más fuertes, flexibilización laboral, déficit fiscal y, sobre todo, un
monumental endeudamiento estatal, producto del rescate y los estímulos
fiscales.

Cuando los vientos se asentaron, la concentración del
ingreso se consolidó y los gobiernos del mundo internalizaron sus deudas, el
brutal desequilibrio fiscal dibujó la nueva etapa, la de las “reformas estructurales”, o mejor llamada austeridad. Este eufemismo, que se encargó de desbaratar las
redes de contención social, los mínimos preceptos de la seguridad social,
manteniendo deprimidos los salarios, inventando nuevas formas de contratación
laboral más flexibles, menos costosas, con la esperanza que estos ajustes
favorecieran un crecimientos del producto, el empleo y los ingresos en el mediano
plazo.

Los
cierto es que el resultado de estas políticas se pueden sintetizar en Grecia.
El país helénico comenzó con una deuda en 2008 de unos 264 mil millones de
dólares, algo así como el 109% de su PBI, le prestaron 320 MM, y ahora debe U$S
341 MM (205% de su PBI) con una economía extranjerizada y completamente
demolida.

El
enorme agujero en las cuentas públicas creado por la crisis financiera dio
lugar a interminables tandas de austeridad siempre con la falsa promesa de que
el recorte del gasto público liberaría recursos productivos para el sector
privado y reactivaría el crecimiento. Este desmembramiento económico fue el
factor preponderante de la falta de preparación para una situación de crisis
como la ocasionada por la COVID-19, principalmente en el área de la salud
pública. 

Los
portavoces del status quo comienzan al unísono a tocar la misma melodía de
austeridad para salir de la pandemia. El confinamiento llevó a los economistas
portavoces del poder real a moverse en terreno cenagoso, poco conocido,
complicando su discurso hasta que el establishment invariablemente fijo la
lógica a seguir, esta vez se trata de profundizar el odio.

En el artículo anterior, “La sombra del poder” describimos una reunión llevada a cabo en
1933 entre los 24 hombres más poderosos de Alemania para llevar a Hitler al
poder y levantar la economía teutona. Las consecuencias son conocidas, pero
partes de este relato, que bien puede ocuparse en la actualidad, quedaron en el
camino. La mayoría de estos empresarios sacaron ventajas de los inexistentes
salarios de los trabajadores de los campos de concentración.  

Gustav
Krupp, empresario de la industria del acero alemán, gestor del grupo de industria
pesada Krupp AG desde 1909 hasta 1941, fue procesado en los Juicios de
Núremberg por prácticas esclavistas producto de las personas que la SS
suministró para sus fábricas. Seguir a un demente, apoyarlo en el poder y hasta
avalar una guerra, resultó rentable, porque las ganancias por los inexistentes
costos laborales no fueron propiedad exclusiva de Krupp. Bayer utilizó gente
del campo de concentración de Mauthausen, Agfa del campo de Dachau, y casi
todos los de Auschwitz. Se cuenta que de los seiscientos deportados que
llegaron a las fábricas de Krupp, un año después solo quedaban veinte.

Dicen
que nunca se cae dos veces en el mismo abismo, pero siempre se cae de la misma
manera, con mezcla de ridículo y pavor. ¿Hay alguna diferencia en buscar en campos
de concentración trabajadores que localizarlos en países que paguen salarios de
miseria con la globalización? Sí hay: no existe un nazi que lo mate, es verdad.
Hay alguna diferencia sobre quiénes recae el peso de la pandemia o la carga de
crisis 2008, no. La diferencia es la profundización y el afianzamiento del
modelo, el desembozado ataque racista a las minorías, pobres, o el inusual
despliegue de la insensatez meritocrática.

Los
que mantienen presidentes, ministros, parlamentarios, son lo que ganan con sus
favores. Los mismos que mantuvieron a Hitler ganaron con sus negocios, lo que
mantiene a Bolsonaro también, y los que endeudaron a los Estados, son los
dueños de bonos emitidos, de los intereses por pagar y de los dólares fugados a
paraísos fiscales. La disputa vuelve a ser superávit fiscal para pagar la
deuda, o déficit para reconstruir la destrucción de la economía mundial o
nacional.

Brasil
hace doce años vacunaba 3 millones de personas por día y hoy su sistema está
desarmado. Michel Temer tuvo que congelar en gasto público por 20 años para
poder pagar los intereses de la deuda. ¿Cómo haría Bolsonaro para mantener a
los privilegiados de estos negocios, que lo llevaron a la presidencia, si no es
negando la pandemia? Si hay que incrementar el gasto en salud, se saca del
mismo lugar que el pago de intereses. La grieta, o la profundización de
diferencias, necesariamente se tiene que ampliar, no se puede sacar del mismo
fondo.

Los
estímulos fiscales en los países en desarrollo comenzaron a disminuir, en un
mundo cuyo PBI se cree que retrocederá un 4.5%, unos 6 billones de dólares. En
Latinoamérica seguramente los daños económicos y sociales serán mayores que en
el mundo desarrollado. Los niveles de informalidad son elevados, existe una
dependencia permanente de unos pocos productos básicos o del turismo como
fuente de divisas y el espacio fiscal y de políticas es limitado. Nadie quiere
pagar por ser rico, menos aún por sus beneficios en dólares con productos
primarios. ¿A quién habría que cobrarle impuestos, entonces?

Muchos piensan que el FMI se volvió “progresista”’
hasta en el Financial Times están entusiasmados con este cambio
de actitud y política. “En
los años 90, era una perogrullada que el consenso de Washington reflejaba las
prioridades alineadas de dos instituciones en Washington DC: las instituciones
internacionales con sede allí y el gobierno de los Estados Unidos, que empujaba
a las primeras … pero es difícil argumentar hoy que el FMI y el Banco Mundial
simplemente repiten las opciones de Estados Unidos”. 
Novedosa mirada que no tuvieron en los noventa.

Aun
así, el FMI, el Banco Mundial, la Organización del Comercio, forman parte
actual de los 24 alemanes que se sentaban a la mesa a mantener el establishment
antes de la segunda guerra mundial. ¿Realmente cambiaron? Al igual que las
políticas de endeudamiento y beneficios fiscales que endeudaron y sepultaron a
los Estados, el relato pasó, después que se salvaran a bancos, empresas, etc.,
a la doctrina del horror de la emisión. Los organismos suenan diferentes, pero
actúan igual.

Según Michael Roberts, durante la recesión de COVID la generosidad
del FMI no ha sido realmente significativa. “De la asistencia comprometida, la mayor
parte es en forma de líneas de crédito pre-aprobadas que se ofrecen a Perú,
Chile y Colombia. Hasta ahora, solo Colombia ha utilizado su línea de crédito.
Los desembolsos a través de préstamos rápidos de emergencia, que comprenden el
apoyo ofrecido a casi 70 países, solo ascienden a unos 30.000 millones de
dólares. En combinación con los acuerdos crediticios tradicionales, el FMI
desembolsó alrededor de 50.000 millones de dólares a 81 países en 2020. Los
desembolsos para 2020 son solo un poco mayores que en años anteriores, cuando
la asistencia del FMI se destinó a un número mucho menor de países”.

Si
hay un nuevo consenso se parece al nuevo mundo imaginado con posterioridad a la
crisis del 2008, nadie se va portar más mal, siempre y cuando, los que mandan
sigan recibiendo, al menos, la gran concentración que ya obtuvieron. Equiparar
los tantos, eso sí que no. Tenemos todo tipo de voceros que prometen que la
rigidez fiscal nos llevará a buen puerto.

Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2021/04/28/el-capitalismo-corrosivo/