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La épica está muy bien: banderas, himnos, trompetas,
uniformes, medallas, mártires, héroes, quien haya vivido de cerca
un acto con estos ingredientes no puede dejar de sentir emoción
sincera, y momentánea.

La legalidad internacional es otro campo de enorme
relevancia: resoluciones de Naciones Unidas, Corte Penal
Internacional, Corte Internacional de Justicia de La Haya, cada
centímetro que se avanza en estas instancias es un logro que no
tiene retroceso, un nuevo ladrillo en la construcción de una
sociedad regulada por la justicia y el derecho y por tanto
denunciables los responsables de su vulneración; el éxito suele ser
también temporal en este caso ante la sorprendente impunidad de su
incumplimiento.

Existe otro espacio más difícil de acceder: el de lo
cotidiano.

Resulta que los momentos de la épica y de los tribunales
internacionales podríamos decir que son los días festivos, pero
nuestra vida trascurre mayoritariamente a través de los días
laborables.

La primavera de 2021 y su Ramadán se han visto marcados en
Palestina-Israel por la enésima represión de la población civil
palestina
a raíz del enésimo caso de confiscación de
propiedades palestinas para entregárselas a colonos, más la
frustración acumulada. Y este tiempo coincide con la reciente
lectura y descubrimiento de «He visto Ramala», novela
autobiográfica del escritor palestino Murid Barguti,
nacido en
Cisjordania en 1944 y fallecido en Ammán este febrero de 2021
(descubrimiento que agradecer a Separata
Árabe,
web y club de lectura sobre literatura árabe con
Silvia Rubio y Maribel González detrás).

«Basta con sufrir la primera experiencia del destierro para
sentirse desterrado para siempre», dice Barguti en un libro
donde traslada sentimientos e impresiones de su primera visita a
Ramala tras 30 años de exilio, la guerra de 1967 estalló cuando
estaba estudiando en El Cairo y no pudo volver a su pueblo hasta
mediados de los noventa, cuando Oslo abrió una ventana hoy
definitivamente arruinada por la realidad.

El conflicto convierte la normalidad en símbolo, y desaparecen
las personas. «La Jerusalén de siempre, la de nuestros
pequeños momentos, la que enseguida olvidábamos porque no teníamos
por qué recordarla, pues era tan normal como el agua era agua, y el
rayo, rayo. Pero cuando se nos escapó de entre las manos -escribe
Barguti- subió hacia arriba y se hizo símbolo. Al cielo. Todas las
luchas prefieren los símbolos.
Jerusalén es ahora la Jerusalén
de la teología. Al mundo le preocupa la ‘situación’ de Jerusalén,
con su idea y su leyenda. Pero nuestra vida en Jerusalén y la
Jerusalén de nuestra vida les da igual».

Barguti recuerda en la novela la vida cotidiana perdida e
imposible de recuperar: «Se han quedado con las direcciones de
nuestras casas y el polvo de nuestras escaleras (…). Nos han
quitado el bostezo de los alumnos en los pupitres, el sopor de la
última clase de los martes.
Se han quedado con los pasos de mi
abuela camino de la casa de la señora Hafiza».

Aparece constantemente en el libro el doble extrañamiento del
exiliado y del poeta: imposible regresar a la infancia, congelados en
el recuerdo de un pasado inalcanzable; y sin futuro. «La
ocupación nos dejó tal y como estábamos. He aquí su crimen. No es
que nos prohibiese recordar con holgura el ayer sino que nos privó
de la hermosa incertidumbre del mañana».

La provisionalidad permanente se ha instalado en Palestina
y entre los palestinos: «desde el 67 todo lo que hacemos es
temporal y ‘hasta que se aclaren las cosas’. Pero las cosas no se han
aclarado después de treinta años», escribe Barguti, ni dos
décadas más tarde de publicarse la novela. Y a la situación se
suma la arbitrariedad siempre presente en regímenes autoritarios y/o
coloniales.

«El exilio es como la muerte. Pensamos que solo le puede
pasar a los demás». La vida de Barguti pone nombres y
escenarios a la diáspora palestina, las monarquías del Golfo como
destino laboral, la dispersión de muertos y vivos por todo Oriente
Próximo y por el resto del planeta, la dependencia del teléfono,
hoy de las redes, siempre a la búsqueda de papeles que abren muchas
veces fronteras excepto las propias.

La dispersión palestina no impide la violencia también dispersa,
como el asesinato de dos amigos de Barguti, del escritor Gassán
Kanafani,
asesinado en Beirut en 1972, y del dibujante Nayi
Ali,
asesinado en Londres en 1987.

«He visto Ramala» es una invitación extraordinaria a
conocer de la mano de un poeta la situación de los palestinos en el
exilio y sobre el terreno, marcados por la colonización.

Recordemos que los colonos dieron nombre a la colonización,
perspectiva que ilumina y facilita la comprensión de la cuestión
palestina, con la gran peculiaridad -defiende la periodista Teresa
Aranguren- que aquí asistimos a un caso extraño en el que el
colonizador quiere expulsar al colonizado, más allá de explotarlo
(que también).

La biografía de Barguti y muchos palestinos está marcada por la
Guerra de los Seis Días de 1967, origen de la ocupación israelí de
Gaza, Cisjordania y Jerusalén oriental.

«En nuestro calendario, los números pierden su significado
neutro y objetivo para convertirse en algo que solo podrá significar
una única cosa. Desde el desastre de 1967 no he podido volver a ver
el número 67 sin pensar en la derrota. Lo veo inmerso en el número
de teléfono de un familiar o un amigo, en la puerta de la habitación
de un hotel, en la matrícula de un coche que pasa por cualquier
calle de cualquier país del mundo, en la entrada del cine o del
teatro».

Los números, muchos números, se han apoderado del conflicto
palestino: 1948, 67, 73, 82, 88, 93, 242, 338, fechas y resoluciones
de la ONU que los niños palestinos conocen con una mayoría de edad
política prematura.

Cuando se cumplen dos décadas de la Conferencia de Paz de
Madrid
y un par de años menos de los Acuerdos de Oslo, la
solución de los dos Estados (el palestino sobre el 20% de la
Palestina histórica, territorio trufado por 700.000 colonos) resulta
ya imposible, lo que puede no ser una mala noticia; y la
Administración palestina creada en el proceso corre el riesgo de ser
colaborador de la ocupación (por ejemplo en asuntos de seguridad) o
directamente parte de la Administración colonial. Murid Barguti y
Edward Said fueron muy críticos con Oslo ya en los noventa, y el
tiempo les ha dado la razón.

La situación actual es de más que fragmentación de la sociedad
y el panorama político israelí, con cuatro elecciones generales en
dos años; al que se suma el nuevo aplazamiento de las elecciones
palestinas previstas inicialmente para este mayo, transcurridos
quince años desde las últimas.

En este mayo de 2021 de violencia creciente aparecen fantasmas,
como una nueva intifada que dé salida temporal a la humillación; e
incluso otros pueden estar pensando en un nuevo episodio de limpieza
étnica (así denominado por el historiador israelí Ilan Pappé lo
sucedido en 1948) que rompiera el equilibrio demográfico empatado a
6,8 millones de personas (misma suma de árabes que de judíos, sin
contar los palestinos en los países vecinos).

La vulneración sistemática de los derechos de los palestinos en
una especie de nuevo apartheid, la discriminación racial
institucionalizada en Sudáfrica, es un diagnóstico compartido tanto
por ONG como Human Rights Watch, con un informe
difundido este mes de abril
sobre el tema; como por políticos de
acreditada trayectoria como Shlomo Ben Amí, quien fue
ministro de Exteriores de Israel, además de embajador en España, 

Sorprende que al diagnóstico sudafricano no corresponda una
solución sudafricana, pues cualquier otra alternativa sería hoy
inaceptable -el desplazamiento forzado de cientos de miles de
personas-, desde el convencimiento que la continuidad de la situación
actual (Estado confesional judío no democrático con ciudadanos
árabes de tercera) es una apuesta segura por la inestabilidad y un
lastre para el desarrollo futuro.

Pregunta: ¿puede existir proyecto de futuro distinto a un
único Estado democrático
que ampare la convivencia de todas las
personas residentes en Palestina-Israel? (ver clicando
aquí
otros acercamientos del autor al conflicto).

Si queremos encontrar personas en el pasado, presente y futuro del
conflicto israelo-palestino, los bostezos de los alumnos palestinos
en los pupitres, habrá que acudir a la literatura, pues los medios
de comunicación no tienen esa misión como principal, sino encontrar
clientes a menudo presentando una equidistancia inexistente: no es lo
mismo ser colonizador que colonizado, ocupante que ocupado, milicia
que potencia nuclear, agresor que agredido.

«La almohada es el Juicio Final de todos los días»,
dice Murid Barguti, señalando ese momento de soledad en el que cada
humano se encuentra consigo mismo.

Las ilustraciones del texto del artista palestino Nayi Al-Ali,
creador de Handala, niño de 10 años símbolo de la resistencia
palestina.

Sugerencias

Fuente:
https://www.contextoseideas.com/2021/05/el-bostezo-de-los-alumnos-palestinos.html