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El 24 de octubre de 2009 di una conferencia sobre el fascismo en el Centre International de Culture Populaire de París en el marco de un ciclo de formación marxista. Más de diez años después el medio antifascista on line ACTA me pidió que actualizara esta conferencia para su página web, que la publicó el 27 de marzo de 2021 con la siguiente introducción: “Nos parece de tan candente actualidad en un contexto en el que el fascismo define una parte cada vez más importante de la política francesa que hemos querido transcribir su contenido. Esta formación nos parece esencial para las nuevas generaciones antifascistas que se comprometen en una secuencia en la que el fascismo va a ser un sujeto y un objeto de lucha fundamental (sobre todo en la perspectiva de las próximas elecciones presidenciales). El fascismo puede adoptar distintas formas y la teoría marxista proporciona unas herramientas indispensables para desenmascararlo, comprender su objetivo y luchar contra él de forma eficaz. Esta versión, actualizada y corregida por el propio autor, no incluye las muy interesantes digresiones que jalonaron la conferencia y que pueden encontrar en este enlace”.

Desde la década de 1930 se han realizado muchos análisis del
fascismo y se han ofrecido multitud de definiciones de este régimen
político. Aquí no se trata de exponerlas exhaustivamente, sino de
destacar algunos debates clave esenciales en el contexto de la actual
fascistización que acompaña a la ofensiva capitalista ultraliberal
que caracteriza nuestro planeta desde hace varias décadas. En
efecto, no habrá una práctica antifascista eficaz sin una teoría
antifascista que clarifique las causas, retos y objetivos. Sin teoría
antifascista no hay ni puede haber prácticas antifascistas eficaces.

Los
enfoque
s
fragmentados del fascismo

Existen muchas definiciones “espontáneas” de fascismo. Son en
apariencia “espontáneas” en el sentido de que las personas que
hablan de ellas no las refieren a un corpus teórico preciso o a un
análisis del fascismo identificado. Sin embargo, más allá de la
apariencia estas definiciones son un reflejo de las luchas
ideológicas entre clases sociales. En particular el discurso
dominante sobre el fascismo transmitido por muchos canales que
constituyen los “aparatos ideológicos del Estado” (discurso
mediático, contenidos de las enseñanzas de las clases de historia,
contenidos y formas de las conmemoraciones, etc.) contribuye a
imponer “espontáneamente” ciertas definiciones y a eliminar
otras. Así, por ejemplo, la ocultación de la relación entre
capitalismo y fascismo resumida en la consigna de la burguesía de la
década de 1930 “antes Hitler que el Frente Popular” contribuye a
acostumbrarnos a separar el fascismo de su dimensión de clase. Por
consiguiente, es fundamental volver a entroncar con un análisis
sistémico del fascismo. Este último nunca es simplemente obra de un
hombre y de su locura o de una organización fascista que accede sola
al poder y pisotea la “democracia”, sino que es un resultado
lógico de un sistema en un contexto preciso de relaciones de fuerza
entre clases sociales. Es un modo de gestión de la relación de
clases en un contexto de crisis económica y de crisis política que
amenazan a las clases dominantes

Veamos las definiciones “espontáneas” del fascismo. La
primera de estas definiciones consiste en reducirlo a su forma
dictatorial o violenta y a oponerlo así a la “democracia”. Es
una evidencia que el fascismo es dictatorial y violento, pero lo es
mucho menos que sean estas dimensiones lo que le distinguen de otras
formas de gobierno. ¿Hay que recordar que son los buenos
“republicanos” quienes masacraron a gran escala y ferozmente a
los “comuneros”? ¿Hay que recordar que la “República” es
quien instauró durante décadas una violencia sistémica en las
colonias? Así, reducir el fascismo a la violencia o a la dictadura
es impedir comprender las relaciones que tiene con el sistema
capitalista, es cercenar el fascismo como ideología y como modo de
ejercicio del poder de su base material, es decir, de los intereses
de clase.

Una segunda idea “espontánea” es definir el fascismo por
medio de su dimensión racista. Se insiste entonces en la
racialización que opera, en la división que mantiene en el seno de
las clases populares, en su creación de “chivos expiatorios”.
También es una evidencia que el fascismo es racista, pero lo es
mucho menos que el racismo sea lo que le distingue de otras formas de
gobierno. Testimonio de ello son las múltiples secuencias históricas
de racismo de Estado antes y después de las victorias fascistas de
la década de 1930. Desde el trato dado a los “gitanos” al dado a
los indígenas coloniales, pasando por el antisemitismo, el racismo
estuvo presente en los llamados periodos “democráticos” desde el
nacimiento del capitalismo. De nuevo este enfoque del fascismo lleva
a cercenarlo de su base material o de clase.

Una tercera idea “espontánea” del fascismo consiste en
definirlo por medio de una o varias de sus formas históricas,
generalmente sus formas nazi o mussoliniana. Este enfoque oculta que
el fascismo como forma de poder está dotado de una dinámica
histórica, es decir, que adapta sus formas a las necesidades del
contexto. Es el caso tanto del fascismo como del racismo, cuya forma
histórica puede variar para preservar el fondo. Así, el racismo
adoptó históricamente una forma biológica, más tarde, tras la
derrota del nazismo y las luchas anticoloniales, una forma
“culturalista”, antes de adoptar hoy una forma “civilizacional”
en sus versiones que son la islamofobia, la negrofobia, el racismo
antigitano o antiasiático. Quienes adoptan este enfoque esperan los
desfiles de camisas pardas. Olvidan que el fascismo contemporáneo
puede muy bien amoldarse al traje y corbata o a los vaqueros.

Estas ideas
“espontáneas”, lejos de ser neutras,
llevan
todas ellas a
cercenar
el fascismo de su base material. El enfoque fragmentado del fascismo
impide
percibir
las relaciones entre
estas
diferentes
dimensiones,
es decir, oculta la
dimensión
sistémica del fascismo
.

Un fondo de clase y unas
formas nacionales e
históricas

El fascismo, como todas las formas políticas, es un concepto que
pone de relieve lo que tienen en común muchas realidades
materiales. Así, el concepto de árbol describe lo que tienen en
común un roble, un pino o un baobab. Aunque el roble es diferente
del baobab, sin embargo ambos pertenecen a la categoría de árbol.
El fascismo es, pues, un “fondo” que se puede traducir en una
multitud de “formas”. Esta precisión es muy importante. Sin ella
las formas contemporáneas del fascismo se vuelven imperceptibles. La
mayoría de los fascistas contemporáneos procuran diferenciarse de
las formas históricas anteriores deslegitimadas por la experiencia
histórica de fascismo y los horrores que le acompañaron.

La variabilidad histórica del fascismo va acompañada de una
variabilidad geográfica o nacional. Ni ayer ni hoy el fascismo puede
ser indiferente a las herencias e historias. Había varios aspectos
que distinguían el nazismo del mussolinismo o del pétainismo. Los
argumentarios antisemitas, por ejemplo, no ocupaban el mismo lugar en
estos diferentes regímenes fascistas. Lo mismo ocurre hoy en que el
discurso fascista se adapta a los diferentes contextos nacionales.
Así, el tema de una pseudo “defensa del laicismo” no tiene el
mismo peso en los diferentes discursos fascistas nacionales. Conviene
deshacerse de la idea de que existe una forma única y pura de
fascismo. El fascismo nunca tiene una forma pura, siempre está
situado histórica y nacionalmente.

Igualmente, no se puede diagnosticar el fascismo a partir del
discurso que mantiene sobre sí mismo. Muy pocas personas fascistas
se definen hoy en día pública y explícitamente como fascistas.
Este es, además, uno de los rasgos que diferencian el periodo
anterior a 1945 y el actual. Muchos militantes antifascistas
subestiman la victoria popular que fue la derrota del nazismo o no
calibran todas sus consecuencias. El movimiento obrero, el movimiento
antifascista y el movimiento anticolonial impusieron de forma
duradera una frontera de legitimidad que hace imposible o difícil
reivindicarse partidario del fascismo hoy en día. De este modo el
fascismo está obligado a presentarse de manera diferentes, a pasar
su mercancía de contrabando, por así decirlo. La lucha esencial hoy
no es cazar al fascista explícito, sino descubrir la ideología
fascista en unos movimientos que no se declaran fascistas y que
pueden adoptar muchas caras para neutralizar la frontera de
legitimidad que plantean nuestras luchas: defensa de la República,
defensa de la nación, defensa del laicismo e incluso del
nacional-comunismo, nacionalismo socialista, etc.

Así pues, el fascismo
contemporáneo se adapta al contexto
actual
y adopta una forma dominante diferente de los rostros que haya podido
tener en el pasado. Por consiguiente,
la
lucha antifascista no se puede limitar a los grupos explícitamente
fascista
s.

Los
enfoques idealistas del fascismo

El idealismo es una corriente filosófica que explica el mundo por
medio de las ideas y sus evoluciones. Se opone a otra corriente, el
materialismo, que explica la realidad por medio de los factores
materiales y sus evoluciones. El primero explica la realidad social a
partir de las ideas y el segundo explica las ideas y teorías a
partir de sus bases materiales. En el enfoque idealista del fascismo
este se explica por medio de la obra de un hombre (Hitler, Mussolini,
Pétain, Jean-Marie Le Pen). Según esta idea, en el advenimiento del
fascismo no hay ningún interés material en juego sino, simplemente,
la acción nefasta de un hombre y sus ideas. Se comprende, por tanto,
el interés que tiene la clase dominante en difundir los enfoques
idealistas del fascismo.

Rechazar estos enfoques idealistas no significa que las ideas no tengan ningún papel y que sea inútil librar la batalla de las ideas. Simplemente, las ideas por sí solas no pueden explicar el advenimiento del fascismo. Estas explicaciones silencian preguntas tan importantes como “¿por qué estas ideas arraigan en algunas circunstancias históricas y no en otras?” o “¿a quién interesa que surjan teorizaciones fascistas en algunos contextos históricos precisos?”. En efecto, plantear estas preguntas lleva a preguntarse por el papel de la clase dominante en la emergencia de fuerzas fascistas y en el advenimiento de un régimen fascista.

Todas las explicaciones en términos de “manipuladores”,
“gurús”, “carisma de un líder”, “estrategia de una
organización política”, etc, llevan a una lucha inconsecuente
contra el fascismo al centrarla en la eliminación o neutralización
de los “perturbadores” (por medio de la prohibición de una
organización, la condena de un líder, la priorización de un
“Frente Republicano” para establecer una barrera, etc.) y dejar
de lado el sistema económico y social que les hace nacer, que les
anima en determinados momentos y que les llama al poder cuando está
en grave peligro. Por lo tanto, para eliminar definitivamente el
fascismo no bastará con erradicar a los fascistas o neutralizarlos
(aunque haya que hacerlo, por supuesto). Un antifascista consecuente
es únicamente quien no se contenta con luchar contra los fascistas
explícitos, sino que amplía la lucha hasta el sistema social que lo
engendra. Un antifascismo
consecuente no puede no ser un anticapitalismo.

Por lo tanto, esta explicación idealista que niega la relación
entre capitalismo y fascismo presenta el fascismo como un accidente
de la historia vinculado a las circunstancias particulares de la
Primera Guerra Mundial y al trauma que supuso. Según esta idea, unos
“manipuladores” encontraron en este contexto de confusión social
y de crisis moral el camino de acceso al poder apoyándose en la
necesidad de un marco y de estabilidad que tenían las masas
populares, a las que la pauperzación había afectado duramente. Así,
según esta idea, tanto el fascismo como el bolchevismo son unos
accidentes de la historia liberal. Ya en la década de 1920 se
encuentra esta tesis en los escritos del dirigente radical italiano
Francesco Nitti y también, después de la Segunda Guerra Mundial, en
los análisis del líder del partido liberal italiano Benedetto Croce
para quien tanto el fascismo como el comunismo son simples paréntesis
históricos vinculados a unas circunstancias particulares. Por
supuesto, estos análisis no se preguntan en ningún momento por las
relaciones entre las clases sociales y el fascismo. El interés que
tiene este enfoque para la clase dominante es que presenta el
fascismo como un fenómeno del pasado que no se puede reproducir hoy
en día.

Una segunda explicación idealista del fascismo consiste en
analizarlo como una excepcionalidad nacional de algunos países.
Según esta idea, el fascismo es el resultado lógico de la historia
alemana y de la italiana, es obra de aquellos países que conocieron
una unificación tardía y una industrialización rápida que se
produjeron bajo la dirección de una clase feudal transformada en
clase capitalista. Así, según esta idea, su herencia histórica
diferente preservó a los demás países capitalistas del fascismo.
Los investigadores ingleses Brian Jenkins y Chris Millington han
documentado abundantemente el predominio de esta tesis
“excepcionalista” en los análisis franceses del fascismo (el
fascismo como característica específica y excepcional de
determinadas historias nacionales) en su obra publicada en 2020 Le
fascisme français : Le 6 février 1934 et le déclin de la
République
.

Un tercer análisis idealista del fascismo consiste precisamente
en presentarlo como un anticapitalismo. Los propios grupos fascistas
no dudan en presentarse como revolucionarios o anticapitalistas (o
antiglobalización, anti-Europa del capital, etc.). El término
“totalitarismo” se ha fomentado ideológicamente para meter en el
mismo saco las teorías anticapitalistas y el fascismo. Así, en
clase de historia el alumnado aprende que nazismo y comunismo
pertenece a la misma categoría de régimen. Los grandes medios de
comunicación también retoman regularmente esta amalgama y al
hacerlo se deslegitiman todos los intentos de emancipación social y
política. Se presentarán todos ellos como fascismos por ser
precisamente, anticapitalistas.

El pseudo “anticapitalismo” de los fascistas nunca es una
crítica del capitalismo como sistema. Generalmente es una crítica
del capitalismo de los demás países, es decir, de los competidores
del capitalismo francés. Por eso es frecuente oír a fascistas
criticar el capitalismo estadounidense o alemán, pero nunca se les
oye criticar seriamente (puede ocurrir de manera coyuntural, táctica,
momentánea) el capitalismo de su nación. En efecto, la crítica del
capitalismo como sistema lleva a un análisis de clase, mientras que
la crítica del capitalismo de los competidores lleva a la defensa de
los intereses de mi burguesía contra los intereses de las demás
burguesías. De este modo, el fascismo trata de recuperar por medio
del nacionalismo burgués la ira y la revuelta anticapitalistas
tratando de canalizarlas hacia unos objetivos compatibles con los
intereses de la clase dominante nacional. En cada nación los
fascistas se inscriben así en los intereses de su clase dominante
enfrentada a los conflictos de interés con los demás capitalismos,
es decir, a las contradicciones interimperialistas. Por esa razón,
los mismos que se dicen anticapitalistas también se pueden proclamar
contra la independencia de las colonias, porque está en
contradicción con los intereses de la clase dominante.

El capitalismo es en primer lugar un sistema social y económico
basado en la explotación, es decir, en la extorsión de la
plusvalía. Ser anticapitalista es actuar para acabar con este
sistema y sustituirlo por otro exento de explotación, es decir, sin
propiedad privada de los medios de producción. Por eso los
fascistas no pueden ser anticapitalistas. Por eso la lucha ideológica
antifascista no puede ahorrarse la crítica del programa económico
de los fascistas. Estos últimos defienden la propiedad privada, se
oponen al aumento de los salarios y de las prestaciones sociales, se
niegan a gravar el capital, condenan cualquier reducción de la
jornada laboral, abogan por prolongar la duración de las
cotizaciones para la jubilación o del subsidio de desempleo, etc.

Una cuarta explicación idealista del fascismo consiste en
definirlo en primer lugar por su racismo y su discurso contra la
inmigración. De nuevo, se oculta así la relación entre capitalismo
y fascismo. Es una evidencia que el fascismo es racista, pero
¿todavía hay que plantearse la cuestión de la función social e
ideológica de este racismo (que, por lo demás, está lejos de
limitarse a la galaxia fascista)? Lo que pretenden los fascistas al
presentar la inmigración como causa de las dificultades sociales es
impedir que se tome conciencia de las verdaderas causas que van
unidas al capitalismo como sistema que solo puede generar (debido a
sus leyes de funcionamiento) las crisis, pauperizaciones y
precarizaciones que le acompañan.

Como vemos, no todo es
falso en las explicaciones idealistas del fascismo
.
Es cierto que el fascismo histórico
(tal
y como lo conoc
imos
en l
a
década de 19
30)
se caracteriza por la existencia de líderes carismáticos, que se
desarroll
a
en las traumáticas circunstancias
provocadas
por
la
Primera Guerra Mundial, que ciertas historias nacionales
han
sido

terreno fértil para el fascismo, que el racismo es un rasgo común a
todos los fascismos, etc.
Sin
embargo, estas verdades descriptivas
son
cercenadas

sistemáticamente
de la cu
estión
de la base material, es decir, de los intereses de clase que defiende
el fascismo

El
pseudo
anticapitalismo”
de
los
fascist
as

El primer aspecto del discurso fascista es su pseudo
“anticapitalismo”. Es cierto que en determinados periodos
históricos unos fascistas pueden convertirse en portavoces de
revueltas sociales, pero siempre es para desviarlas, o pervertirlas,
de los verdaderos objetivos de las clases populares. Así, un Alain
Soral no duda en proclamarse de la “izquierda del trabajo” al
tiempo que simultáneamente se proclama a “la derecha de los
valores”. Por eso debemos aprender a dirigirnos a las personas a
las que los fascistas atraen con sus discursos sobre la “derecha de
los valores”. Estas personas están en una revuelta que pervierten
los fascistas. Estamos ante una “revuelta pervertida”. Aunque hay
que luchar contra la perversión, la revuelta, por su parte, es sana.

El segundo aspecto del discurso de los fascistas se refiere a la
naturaleza de las críticas que se hacen al capitalismo (a la
globalización, a Europa, etc.). Lo que se le reprocha al gobierno en
el poder es su “debilidad” en comparación con los países
capitalistas competidores, se considera insuficiente la defensa de la
“nación”, se le reprocha la supuesta ausencia de firmeza
respecto a los sindicatos y las reivindicaciones sociales. En ningún
momento se pone en tela de juicio el sistema capitalista como tal. Es
posible que se critique tal o cual aspecto del capitalismo, pero
nunca el capitalismo como sistema. Los aspectos del capitalismo
criticados por los fascistas siempre son los que corresponden a las
cóleras sociales más importantes del momento y se sigue la lógica
de criticar una parte para preservar el todo, criticar un aspecto
para proteger el sistema.

La tercera dimensión del discurso fascista es la famosa defensa
de los valores que hemos mencionado antes a propósito de Alain
Soral. El enfoque común a todas las versiones del fascismo es el
enfoque organicista, es decir, que conciben la sociedad como un
organismo en el que cada elemento tiene un lugar “natural”
intangible. Según este enfoque, la sociedad es un organismo a imagen
del cuerpo humano y las clases sociales se corresponden a los
diferentes órganos de este cuerpo. En esta lógica las clases
sociales no se deberían oponer, sino colaborar. Para esta teoría
las relaciones sociales ideales son las que respetan los equilibrios
pseudonaturales que serían la sumisión de la mujer al hombre, del
asalariado a su patrón, de los gobernados a los gobernantes. Se
elimina del análisis el origen de estos “equilibrios naturales”
y su función social. Lo que se oculta al hacerlo es que, lejos de
ser naturales, estos “equilibrios naturales” producen una
jerarquía social al servicio del capitalismo. Algunos discursos
fascistas contemporáneos pueden parecer contradictorios con nuestras
palabras. Hoy en día [el partido francés de extrema derecha, que
hasta 2018 se llamaba Frente Nacional,] Rassemblement national
[Agrupación nacional] no duda en declarase a favor de los derechos
de las mujeres o del laicismo, aunque toda la historia de esta
corriente de pensamiento atestigua lo contrario. Esta “conversión”
se produce precisamente en el momento en que tanto el laicismo como
los derechos de las mujeres son instrumentalizados por la clase
dominante contra la inmigración, las personas musulmanas o
supuestamente musulmanas, las personas que habitan en los barrios
populares, etc. El laicismo y los derechos de las mujeres se vuelven
defendibles a condición de estar integrados en una lógica
islamófoba y/o de “choque de civilizaciones”.

El cuarto rasgo distintivo del discurso de los fascistas es la
negación de la lucha de clases y la oposición a ella. Se considera
que la lucha de clases debilita a la “nación” frente a los
competidores. La famosa unidad nacional que defienden supone la
negación de la existencia de clases sociales con intereses
divergentes, es decir, de clases que entran inevitablemente en lucha
unas contra otras. Al negar este motor de la historia que es la lucha
de clases, los fascistas solo pueden conformarse con una presentación
del “orden” como motor de la historia. Por eso los fascistas
consideran que son los grandes hombres y las élites quienes hacen la
historia. Lo que defendían ayer con teorías sobre las razas
inferiores y hoy defienden con discursos sobre el “choque de
civilizaciones” es la idea de una jerarquía natural de los pueblos
en el ámbito internacional y la de una jerarquía también “natural”
de las élites en el nacional.

Una quinta característica del discurso fascista es la explicación
que ofrece de las crisis sociales. Aunque son el resultado del
propio funcionamiento del capitalismo, los fascistas las explican por
medio de la “mala gestión”, la “anarquía”, “la ausencia
de firmeza” de los sucesivos gobiernos, por medio de “la sumisión
al mundialismo”, etc. Este análisis lleva a un llamamiento al
“orden”, a la “firmeza”, a la “prioridad nacional”, etc.
Dicho de otro modo, las respuestas que se proponen a las crisis del
capitalismo consisten en exigir fortalecer unas ideologías y unas
prácticas vinculadas históricamente al capitalismo. El sistema que
genera las crisis se presenta como la solución a estas crisis.

Por último, entre las especificidades esenciales del discurso
fascista encontramos la crítica del parlamentarismo en una lógica
de “todos corruptos”. Para ello se basan en escándalos reales
del parlamentarismo tal como lo conocemos (falta de representatividad
de los cargos electos, falta de legitimidad ligada al alto índice de
abstención de las clases populares, peso predominante del ejecutivo,
etc.). Por eso el discurso antifascista no puede consistir en una
defensa de un parlamentarismo que no es el nuestro sino el de la
clase dominante. Igualmente conviene hacer visibles las diferencias
absolutas entre la crítica del parlamentarismo que hacen los
progresistas y la que hacen los fascistas. Si ellos critican el
parlamentarismo sobre la base de una exigencia de menos democracia,
nuestra crítica se hace sobre la base de una exigencia de más
democracia directa. Ellos piensan que hay demasiada democracia,
nosotros pensamos que no hay suficiente.

El anticapitalismo
de
los
fascist
as
siempre
es de fachada, parcial, coyuntural. Su crítica del parlamentarismo
dominante
va
encaminada

a una restricción de los derechos y

libertades
democráticas, aun cuando el escándalo de este parlamentarismo se
sitúe en una democracia formal y de fachada
.

Conocer la herencia teórica
antifascista

No somos los primeros que hemos intentado comprender la naturaleza
política del fascismo. Antes que nosotros ha habido generaciones de
militantes que lucharon y trataron de analizar el fascismo.
Disponemos de una herencia que nos permite evitar errores que fueron
dramáticos en el pasado. Por supuesto, esta herencia se debe adaptar
a las realidades contemporáneas y a los nuevos rostro del fascismo.
Sin ser exhaustivo, no es inútil recordar algunas de estas
herencias.

Empecemos por la definición del propio fascismo. Uno de los
primeros logros de los debates contradictorios que caracterizaron el
antifascismo es su caracterización de clase del fascismo. Uno de los
logros importantes que hemos heredado es la necesidad de distinguir
entre la naturaleza de clases del fascismo por una parte y las clases
que moviliza para acceder al poder por otra. Si el fascismo se dirige
a las clases populares y las clases medias desclasadas, en proceso de
desclasarse o con miedo a caer en ello, los intereses de clase
defendidos por los fascistas son los de la clase dominante e incluso
los de una fracción particular de esta clase, la vinculada al
capital financiero.

Esta fracción de la burguesía que Lenin definía como “la
fusión del capital bancario y del capital industrial” adopta la
forma de grandes grupos industriales y financieros o de fondos
especulativos que no se contentan con el beneficio medio de cada
mercado nacional, sino que buscan el máximo beneficio en el mercado
mundial. El capital financiero no duda en desplazar su capital de un
sector a otro, de un país a otro, en busca de una fuerza de trabajo
lo más barata posible para maximizar su beneficio. Lógicamente, la
competencia en el seno de este capital financiero mundial es feroz,
por lo que cada capital financiero nacional se apoya en su Estado
nacional para defender sus intereses frente a otros capitales
nacionales y sus Estados. Por eso el capital financiero nacional se
caracteriza también por su carácter chovinista. Aunque las
multinacionales reagrupan capitales que pertenecen a accionistas de
varios países, eso no quiere decir que ya no tengan ningún arraigo
nacional. Esta agrupación de capitales de varios países se hace
siempre bajo la dirección o la dominación de un grupo industrial
y/o financiero de un país. Cada multinacional desde el punto de
vista de su capital es de hecho nacional desde el punto de vista del
grupo dirigente, que se puede basar en la política exterior de su
Estado para promover sus intereses, es decir, maximizar sus
beneficios. Esta fracción del capital, la más reaccionaria, la más
imperialista y la más chovinista, es la que en determinadas
circunstancias necesita al fascismo para mantener sus beneficios.

En 1935 Georges Dimitrov formuló una definición de fascismo que,
en mi opinión, sigue siendo plenamente actual. Este comunista
búlgaro al que los nazis acusaron del incendio del Reichstag y que
transformó su declaración ante los jueces en un juicio al fascismo,
define el fascismo de la siguiente manera: “Una dictadura
terrorista abierta a los elementos más reaccionarios, más
chovinistas y más imperialistas del capitalismo financiero”. Por
consiguiente, el fascismo se inscribe
dentro de la continuidad con el poder clásico de la burguesía
(en ambos casos se trata de un capitalismo y de una burguesía
dominante) al tiempo que está en ruptura con él (en lo que
concierne a los medios terroristas que moviliza esta clase
dominante). Otros análisis antifascistas se han preguntado por la
circunstancias históricas del desarrollo del fascismo. Así, en 1929
el comunista alemán August Thalheimer definió el fascismo como un
régimen de excepción que adopta una forma bonapartista, es decir,
que la clase dominante confía el poder a un “Bonaparte” para
salvaguardar su poder económico.

Estos análisis que vinculan fascismo y análisis de clase ponen
de relieve que el fascismo se desarrolla cuando la clase dominante se
siente amenazada por el desarrollo de las luchas sociales, que se
convierte en una hipótesis creíble para esta clase cuando se
enfrenta a una crisis de legitimidad y a una crisis de
gobernabilidad. Por lo tanto, la clase dominante es la que llama al
fascismo cuando le parece que su poder está amenazado. Por ese
motivo a menudo coinciden simultáneamente los factores que llevan a
una revolución y los que llevan al fascismo. Así, en 1934 el
comunista inglés Palme Dutt desarrolló la tesis del fascismo como
resultado de tres circunstancias: una burguesía debilitada por el
desarrollo de las luchas sociales y una crisis de legitimidad; una
burguesía que, aun así, sigue siendo fuerte; unas clases medias
desestabilizadas y que sufren un proceso de desclasamiento. En estas
circunstancias lo que está en juego es la recuperación de la
revuelta en ascenso de las clases populares empobrecidas y aun más
de la revuelta cada vez mayor de las clases medias en vías de
desclasamiento. ¿Orientarán estas su ira contra el capitalismo o
contra otro grupo social (las personas extranjeras, las judías, las
musulmanas, etc.)? Esa es la pregunta que en esas circunstancias se
hace la clase dominante.

Subrayar que el fascismo está vinculado a los intereses de la
clase dominante en general y a los del capital financiero en
particular no significa que estemos ante una conspiración. Los
fascistas no son solo las herramientas de la clase dominante.
Generalmente esta clase considera que podrá canalizar, controlar o
limitar el fascismo. Así, el comunista italiano Antonio Gramsci
insiste en el hecho de que los fascistas disponen de una autonomía
relativa respecto a la clase dominante. Se sirven de las luchas de
poder entre las diferentes fracciones del capital para hacer avanzar
en su propia agenda al plantearse progresivamente como el último y
único recurso ante la amenaza de una revolución social. Por
consiguiente, hay una oferta de fascismo por parte de las
organizaciones fascistas y una demanda de fascismo primero por parte
de algunas fracciones de la clase dominante y después por parte de
fracciones más importantes. Cuando ambas se encuentra la situación
está madura para que se instale una dictadura terrorista abierta.

Cuando la oferta no se
corresponde a la demanda porque la burguesía no se siente
suficientemente amenazada, el fascismo no encuentra las condiciones
de acceso al poder
.
No
obstante, en circunstancias
de
fuerte

desarrollo y radicalización de las luchas sociales la clase
dominante no dudará en adoptar los análisis, las propuestas y una
parte de los métodos del fascismo. En tal caso estamos ante un
proceso de fascistización del aparato de Estado
.

El proceso de fascistización

Los análisis que hemos expuesto más arriba, que constituyen
nuestra herencia antifascista, no son exhaustivos, hay muchos otros
que no podemos exponer aquí por falta de tiempo. Sin embargo, son
suficientes para acabar con algunas ideas equivocadas que todavía
son demasiado frecuentes entre las filas antifascistas. El primer
error consiste en analizar el fascismo como la llegada brusca e
instantánea de un régimen dictatorial. Lo que se subestima en esta
tesis es la secuencia que precede al fascismo, es decir, el proceso
de fascistización. Mucho antes de que la clase dominante necesite un
poder fascista se sirve de su Estado para reaccionar ante el aumento
de las luchas sociales. La represión cada vez más violenta de estas
luchas, la restricción de los derechos y libertades democráticas,
la disolución de organizaciones contestatarias, la modificación de
la legislación hacia una lógica autoritaria y de seguridad cada vez
mayor, el convertir a grupos sociales en chivos expiatorios, etc.,
preceden a la llegada al poder de los fascistas. Solo cuando estas
medidas resultan ineficaces y el poder es amenazado inmediatamente,
la fascistización pasa un umbral cualitativo al transformarse en
fascismo.

Relacionado con este primer error hay un segundo que consiste en
considerar que el fascismo llega al poder por medio de la violencia.
Sin duda pude ocurrir, pero es más frecuente que los fascistas
lleguen al poder con toda legalidad y que después lo transformen en
una dictadura terrorista abierta. El proceso de fascistización reúne
las condiciones del fascismo para hacerlo posible en caso de que lo
necesite la clase dominante. En este sentido se puede decir que la
fascistización es la antesala del fascismo, pero eso no significa
que la fascistización lleve sistemáticamente al fascismo. En ese
sentido no hay ningún determinismo histórico absoluto, todo depende
de la relación de fuerzas. Así, fue el rey Victor Emmanuel III
quien confió a Mussolini las riendas del poder tras la Marcha sobre
Roma de los fascistas y también fue el presidente Hindenburg quien
nombró a Hitler canciller.

El tercer error es el que ya hemos subrayado, esto es, la
confusión entre el fascismo y una de sus formas históricas. El
fascismo contemporáneo puede adoptar nuevas formas históricas. No
desfilará necesariamente con camisas pardas. Puede muy bien surgir
del propio seno del aparto de Estado actual y de la actual democracia
parlamentaria. Se puede deber a una mutación cualitativa de miembros
de la clase política “demócratas” y “republicanos”. Tener
en cuenta la diversidad de posibles orígenes del fascismo es volver
a la noción de “autonomía relativa” de los fascistas de la que
hablaba Gramsci. Hoy no existe un único bloque fascista, sino una
galaxia fascista caracterizada por la diversidad de sus análisis.

No tenemos tiempo para describir toda esta diversidad.
Contentémonos con recordar dos de sus corrientes principales. La
primera se basa en una lógica centrada en la afirmación de la
existencia de un peligro que sufre la “civilización occidental”
debido al ascenso del “islamismo” para algunos, del ascenso del
Islam para otros o de la inmigración que, según otros más, se ha
vuelto masiva. El ideólogo de la burguesía Samuel Huntington
teorizó este enfoque en sus libros El choque de civilizaciones
y ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional
estadounidense
. Uno de los principales rostros del fascismo
(desde el discurso sobre el peligro musulmán hasta la tesis de la
“gran sustitución”, pasando por la de una identidad nacional
amenazada por la inmigración) tiene su origen en este postulado de
una guerra de civilizaciones. El aura de esta tesis va mucho más
allá de la extrema derecha y la convierte en una de las bases
centrales de justificación de la fascistización del aparato de
Estado. Por ese motivo otro error posible es limitarse al
enfrentamiento con los grupos explícitamente fascistas o de extrema
derecha sin luchar contra la fascistización del aparato de Estado.
La segunda corriente es más clásica y está constituida por el
“nacionalismo revolucionario” que destaca unas tesis cercanas al
fascismo que conocimos en la década de 1930 (crítica del
parlamentarismo, llamamiento al orden moral, racismo explícito,
etc).

No obstante, estas dos
corrientes tienen un punto en común esencial: presentar la lucha de
clases como algo que divide la nación, que destruye la unidad
nacional, como
complicidad
objetiva frente al peligro civilizacional que nos amenazaría
.

Acerca de nuestra secuencia
histórica

Actualmente nos encontramos en una secuencia histórica
caracterizada por la llegada al poder desde hace más de cuatro
décadas del neoliberalismo en forma de una globalización
capitalista. Este neoliberalismo no es sino la política económica
que corresponde a los intereses de los monopolios y de los grandes
grupos de capital financiero. Esta fase neoliberal, que se basa en
una carrera mundial por maximizar el beneficio, se concreta en la
destrucción de las conquistas sociales, en una deslocalización
generalizada en busca de un coste cada vez más bajo de la mano de
obra, en una flexibilización generalizada del trabajo, en un
retroceso del Estado a únicamente sus funciones de regalía (el
mantenimiento del orden, la justicia y la defensa bélica de los
intereses del capitalismo francés y europeo en el ámbito
internacional). La consecuencia de ello es una pauperización
generalizada de las clases populares y un desclasamiento social de
las clases medias.

Otra consecuencia de la globalización capitalista es la
exacerbación de la competencia entre los diferentes países
capitalistas que se concreta en el desarrollo de guerras por el
control de las fuentes de materias primas y en una militarización
cada vez mayor. El desarrollo de los discursos chovinistas sobre la
identidad nacional amenazada no es sino la expresión de esta base
material que constituye la lucha entre las potencias imperialistas
por repartirse el mundo.

Nos encontramos también en un contexto de desarrollo y de
radicalización de las luchas sociales que se concretiza en el
movimiento contra las reformas de las pensiones, el de los
ferroviarios contra la privatización, el de los Chalecos Amarillos,
el movimiento contra la violencia policial, etc. Tras una fase de dos
décadas de retroceso frente a la lógica implacable de la
globalización capitalista, de nuevo es el momento de cada vez
mayores luchas sociales. Al poner de relieve la pandemia de
coronavirus las consecuencias de las elecciones económicas
neoliberales de las últimas décadas, aumenta aún más la ira
social y sume a la clase dominante en una importante crisis de
legitimidad. La toma de conciencia de una causa sistémica de la
pauperización y de la precarización generalizada conoce un progreso
inédito desde el giro neoliberal de las décadas de 1970 y 1980. La
posibilidad de unos movimientos sociales de gran magnitud está
presente y los análisis y decisiones del gobierno la anticipan. Por
supuesto, estos movimientos sociales no constituyen un peligro
inmediato para la clase dominante. Sin embargo, esta última tiene
una experiencia histórica que le permite comprender los peligros
potenciales de la situación social actual. Nunca hay que subestimar
a nuestro enemigo.

Este contexto de una burguesía debilitada pero todavía fuerte y
de un movimiento social que progresa de forma importante, pero que
todavía no es lo suficientemente poderoso permite explicar la actual
fascistización del aparato de Estado. El hecho de que Macron y sus
ministros hayan recuperado partes enteras de análisis que hasta
ahora eran específicos de la extrema derecha refleja esta
fascistización, lo mismo que las medidas liberticidas contenidas en
la entrada del estado de urgencia en el derecho común, en la ley
sobre la “seguridad global” o en la ley contra el
pseudoseparatismo. Aunque la clase dominante todavía no necesita el
fascismo, prepara las condiciones para este en caso de que la
evolución de la situación social lo hiciera necesario. En esta
preparación de la hipótesis fascista como último recurso la clase
dominante baraja dos posibilidades: la tolerancia respecto a grupos
más o menos explícitamente fascistas por una parte y la aceleración
de la fascistización del aparato de Estado por otra.

En este contexto es
iluso
rio
luchar contra el fascismo sube
stimando
la gravedad de la fascistización del aparato de Estado
.
También es
iluso
rio
subestimar la lucha contra los grupos explícitamente fascistas
.
Una vez que
estos
grupos
estén
en el poder solo se podrá luchar contra e
llos
por medio de la lucha armada, como en la época del nazismo
.
Desde hoy
nos
enfrentamos

a la dob
le
lucha contra la fascistización y contra los grupos fascistas
.

Fuente:
https://bouamamas.wordpress.com/2021/04/11/comprendre-et-combattre-le-fascisme-et-la-fascisation/

Esta
traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar
su integridad y mencionar a
l autor, a la
traductora y Rebelión como fuente de la traducción.