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Carmen
Domingo, escritora y colabora en diversos medios de comunicación, es
especialista en temas de la mujer y ha publicado más de veinte títulos sobre el
tema. En la actualidad realiza talleres sobre violencia machista (tanto en
adolescentes como en adultos), así como de perspectiva de género en la empresa.
Colabora en El Periódico, El País y Cuarto Poder. Dirige también
talleres de técnicas de escritura.

Derecho
a decidir. El mercado y el cuerpo de la mujer
(Madrid: Akal (A Fondo),
2020) es su último libro publicado. En él centramos nuestra conversación.

*

Sobre
el título de su libro: Derecho a decidir… ¿sobre qué? ¿Quiénes deben
decidir?

Derechoa decidir sobre todo, sobre cualquier
cosa. Es bastante sorprendente, o mejor, preocupante, que todavía en pleno
siglo XXI debamos reivindicar, principalmente las mujeres, ese derecho. Que se
nos siga tratando como menores de edad en muchos temas.

Además
del prólogo (Almudena Grandes) y la presentación del director de la colección
(Pascual Serrano), su libro se estructura en una introducción (“¿Tenemos las
mujeres libertad para decidir qué hacer con nuestro cuerpo?”), tres capítulos
(“¿Somos libres cuando decidimos vender a nuestro hijo?”, “¿Somos libres cuando
decidimos ofrecer sexo a cambio de dinero?”, “¿Somos libres cuando decidimos
mostrar o cubrir nuestro cuerpo?”) y una conclusión (“La feminización de la
pobreza impide decidir en libertad”). ¿Un libro feminista para mujeres
feministas y activistas? ¿Para todos, incluyendo hombres receptivos?

Es un libro feminista, claro está, pero tanto
para feministas como para aquellos o aquellas que no lo sean, o no sepan si lo
son. He recibido varias llamadas y mensajes de amigas que sí que se sentían
feministas, pero que no coincidían conmigo en todos los temas y a raíz de la
lectura del libro han cambiado su postura.

Vamos, que se han hecho más feministas, si me
permites la inmodestia.

Tomando
pie en Rousseau, en el El contrato social, señala en la Introducción que
la auténtica libertad surge de las condiciones materiales, que tal vez la
solución pase porque nadie sea tan pobre como para querer venderse y nadie tan
rico como para poder comprar a otros/as. Pero la situación en que vive la mayor
parte de la Humanidad, especialmente las mujeres, no es esa, muy lejos de ello.
¿No somos entonces realmente libres?

Está claro que el dinero, la sociedad en que
vivimos, y que en cierta medida perpetuamos, es culpable de buena parte de
nuestra  “falta” de capacidad de
decisión. ¿Cómo decidir si no tienes los medios para hacerlo? ¿Cómo exigir a
alguien que no acepte este o aquel trabajo si de ese trabajo ⎯por inmoral que sea⎯ depende el pan de sus hijos? ¿Quién puede
decidir entonces? ¿Cómo exigir, desde una situación privilegiada, a alguien que
tome esta o aquella decisión si de esa decisión depende poder comprar la
medicación de su hijo, de su madre? La realidad es que el mercado nos obliga a
tomar decisiones que, de no depender de lo material, no tomaríamos.

¿Qué hacer entonces? Penalizar, claramente, a
aquellos que se aprovechan de las situaciones precarias y montar gobiernos que
ayuden a que las mujeres ⎯que
son las pobres de los pobres⎯ no
se vean obligadas, por ejemplo, a vender su cuerpo o sus propios hijos.

Pero si tuviéramos que penalizar a todos aquellos que se
aprovechan de las situaciones precarias de la ciudadanía trabajadora,
especialmente las mujeres trabajadoras, ¿no habría que penalizar a muchísimas
personas, a colectivos que tienen un gran poder?

Casi
con toda seguridad, esos colectivos de los que hablas lo hacen amparándose en
el sistema legal vigente. Así que lo suyo es aprovechar cuando tenemos
gobiernos de izquierda y que redacten legislaciones que modifiquen esos
despropósitos laborales.

La
cito: “El lenguaje es política, de modo que ni en este ni en otros muchos temas
debemos utilizar ni una sola palabra consecuencia del azar o la tradición sino
escogerlas de forma consciente”. ¿Por qué es tan importante el lenguaje?

Me agarro a ejemplos tópicos y manidos: no es
lo mismo un zorro que una zorra, no es lo mismo un lagarto que una lagarta. El
uso de las palabras determina el mensaje y lo que codifica el receptor. Por eso
es tan importante, hasta que vivamos en una sociedad igualitaria, tener muy
claro los usos de las palabras.

¿Debemos
hablar de “vientres de alquiler” o de “maternidad o gestación subrogada”?

Sin duda de “vientres de alquiler”, porque lo
que hacen es eso: alquilar a una mujer, su vientre, y quedarse con su hijo.

La otra definición, como está asociada a algo
positivo (maternidad o gestación subrogada), nos hace asociar el hecho de tener
que vender a tu hijo a la maternidad real, y no, claro, a esa madre le pagan
por llevarse a su hijo.

¿Y quiénes usan la expresión “maternidad o gestación
subrogada”? ¿Lo hacen para confundirnos, para engañarnos?

Tanto
las agencias que se lucran con el negocio de los vientres de alquiler, como
aquellos que salen al extranjero a negociar para tener un hijo, utilizan
eufemismos. A nadie le gusta que le digan, aunque lo sepa, que ha salido al
extranjero a realizar una acción determinada porque sabe que lo que quiere
hacer es delito en su país. Así, pues, bienvenido sea el eufemismo si sirve
para tranquilizar conciencias.

¿Cuáles
serían sus principales críticas a esos “acuerdos” de gestación para otros? El
llamado feminismo liberal apela a la libertad y al criterio propio de las
mujeres adultas. Se afirma incluso  que
es un trabajo; mejor que otros, se añade en ocasiones.

El llamado feminismo liberal procede del
neoliberalismo. Es, para ser más exactos, un engaño más de este. Es ese
“feminismo” que se ampara en la libertad para decidir. Y de nuevo entra la
pregunta: ¿qué libertad tiene para decidir aquella mujer que no tiene dinero
para comprar comida?

Podrían responder, no digo que sea mi respuesta: la misma
libertad que tiene una mujer, que no tiene dinero para comprar comida, para
negarse a trabajar en una fábrica automovilística, por ejemplo.

Cierto, jugamos de nuevo con los derechos humanos. Mal que
bien los contratos laborales están regidos y legislados, con su horario, sus
convenios establecidos, incluso con su sindicación y caso de no cumplir lo
acordado puedes denunciar al empresario o apoyarte en los sindicatos. En el
caso de la prostitución y los vientres de alquiler, la cosa cambia
radicalmente.

Primero: cuesta asumir, en realidad solo pensar la
inmoralidad debería sonrojarnos, un trabajo en el que tu jornada laboral sea de
24 horas durante nueve meses, en el caso de los vientres de alquiler, y en el
de la prostitución 24 horas con “contrato indefinido”.

Segundo: no se puede legislar la compra-venta de personas,
ya sea bebé, ya sea el cuerpo de las mujeres para su uso. La esclavitud se
abolió hace tiempo.

Por no hablar de que no parece comparable apretar tornillos
y chupar pollas.

Comenta
en el primer capítulo que la industria de los ‘vientres de alquiler’ son un
negocio internacional que genera muchos beneficios anuales. ¿Nos puede dar
algunas cifras para hacernos idea de la situación? ¿Hay también negocio y
beneficiados en España a pesar de no ser una práctica legal?

Las cifras varían a diario, es un negocio que
no para, un negocio en alza porque cada vez son más las mujeres pobres que no
ven salida. Se habla de 6.000 millones de dólares anuales. La cifra aumentará,
sin duda, con los meses, si no logramos pararlo.

En España no hay datos oficiales. Ya sabes
que los datos asociados a delitos no siempre es fácil obtenerlos.

Pero aunque no haya datos oficiales, ¿hay datos
aproximados? ¿Se han realizado algún cálculo?

Es complicado, como te digo, lo máximo se juega con esa
cifra a nivel mundial.

Pero vamos, se puede hacer un cálculo, aunque sea por lo
bajo, partiendo de que se calcula que llegan a España al año unos 1.000 bebés
consecuencia de un contrato de vientre de alquiler.

Así, si calculamos que el coste de alquilar a una mujer
puede variar entre 40.000 euros, en los países más pobres, hasta 250.000 si son
más ricos y tú pides más requisitos, qué se yo, que sean gemelos, que sean de
determinado sexos, autorizar a provocar un aborto si por lo que sea te
arrepientes… y que las mujeres “contratadas” no suelen llevarse ni un tercio de
lo apalabrado, no es difícil darse cuenta de que los ceros corren a favor de
varias empresas involucradas en el negocio de la compra–venta: abogados,
agencias de viaje, intermediarios, clínica, farmacéuticas, equipo sanitario…

Se
define como abolicionista y señala que las abolicionistas defienden que “no
existe posibilidad alguna de regulación de la compra de mujeres para practicar
el sexo”. ¿Es entonces partidaria de la prohibición de la prostitución? ¿Se
trata de perseguir a los consumidores, a los puteros?

Se trata no solo de perseguir a puteros y
proxenetas, por supuesto, sino también de dar una solución como país a esas
mujeres que llegan de otros países y entran en la trata, a esas mujeres,
nacionales o no, que a falta de recursos se ven obligadas a trabajar con su
cuerpo…

En definitiva, que la prostitución sea un
delito para aquel que la fomenta y la consume, pero quea las personas obligadas
a ejercerla se les dé una solución, una ayuda.

¿Qué tipo de ayuda? ¿Existen prácticas exitosas en estas
ayudas?

En
España no existen, porque el tema de la prostitución está en un limbo alegal
que no sabemos a dónde nos va a llevar, aunque sí existen ayudas a colectivos
desfavorecidos.

Pero
en Suecia, por ejemplo, la abolición de la prostitución y las ayudas a las
mujeres, así como la estricta penalización del putero y de las mafias ha
llevado, casi, a la eliminación por completo de ese sector.

Entonces Suecia podría ser un referente en la forma de
enfocar en nuestro país el tema de la prostitución

Sin
duda. Al contrario que Alemania, que reguló la prostitución y ha acabado
incrementando el problema, las mujeres, la trata…

Por no hablar de que se ha producido una
situación que no deja de ser kafkiana.
Tanto defender la legalización de la prostitución, se ha acabado regulando, y
cuando una trabajadora alemana se quedaba sin trabajo y acudía a la oficina del
paro que le correspondía, si había sitio para trabajar en un burdel se lo
ofrecían y, en caso de negarse, perdía la prestación laboral.

¿Deberíamos
hablar de trabajadoras sexuales o de trabajadoras del sexo? No sólo es lenguaje
de la derecha, algunas feministas de izquierda también lo usan. Un ejemplo:
María Luisa Maqueda Abreu, “Cómo construir «víctimas ficticias» en nombre de
las libertades sexuales de las mujeres»
http://www.mientrastanto.org/boletin-196/notas/como-construir-victimas-ficticias-en-nombre-de-las-libertades-sexuales-de-las-muje:
“La indiferencia ante el consentimiento de las trabajadoras de sexo es un signo
distintivo del pensamiento abolicionista acerca de la prostitución. Constituye
una poderosa excepción al reconocimiento de las libertades sexuales de las
mujeres que no puede ser entendida más que sobre bases estrictamente
ideológicas. Sus pilares se sustentan, esencialmente, en la negación de la
autonomía de las prostitutas y la afirmación de una sexualidad victimizada que
se nutre de elementos de involuntariedad y de degradación.”

En ningún caso y bajo ningún concepto debemos
hablar de trabajadoras del sexo. No se trabaja con el cuerpo. Ese sería otro
ejemplo de uso torticero de las palabras. La prostitución no es un trabajo, es
una explotación de la mujer y como tal se debe hablar de ella. Si le damos
categoría de trabajo a la prostitución consideramos a los proxenetas
empresarios. En el lenguaje progre que nos rodea me atrevería a decir que
serían considerados emprendedores.

Algunos colectivos dirían que sí, que los proxenetas son
empresarios-emprendedores o intermediarios y que por eso deberíamos autorizar
la existencia de sindicatos de “trabajadoras del sexo”, que pudieran garantizar
una situación mejor, con mejores condiciones, para las mujeres que se ven
abocadas a estas prácticas.

Gente
inmoral para la que cualquier argumento vale con tal de conseguir dinero a
costa de lo que sea. Es un clásico en la sociedad en que vivimos. Basta con que
no les demos mecanismos para actuar y, si se los “toman”, que los metamos en la
cárcel por traficar con mujeres.

¿Cómo
se explica, habla de ello en el segundo capítulo del libro, que desde mediados
de los años noventa se viva en nuestro país un crecimiento progresivo y
sostenido de mujeres en situación de prostitución? ¿Por qué hay tanto consumo
de pornografía?

Es el mercado, amigo. Un clásico. No hay nada
que mueva tanto dinero como “mujeres que no existen, que no se quejan, que
trabajan sin descanso, por las que no se paga a la seguridad social”. El
consumo de pornografía, hay muchos estudios que lo explican, hace reproducir ⎯llevado al límite⎯ todos los estigmas del patriarcado. Una
sociedad patriarcal educa a sus hijos con los mismos criterios, y de ahí nace
el auge de la pornografía.

¿Qué pasa más adelante? Que los consumidores
de pornografía, casi con toda seguridad, serán consumidores de prostitución.

Poco más que añadir. Sigue en marcha la rueda
económica.

¿Hay estudios que confirmen esa implicación que señala, que
el consumo juvenil o adolescente de pornografía comporta posteriormente consumo
de prostitución?

Hay estudios que lo confirman pero es complicado tener un
resultado muy amplio. No solo porque estamos hablando de estudios de años que
necesitan mucha financiación, sino porque es un sector que genera tanto dinero
que cuesta conseguir una implicación estatal para realizarlos.

Está claro que, sea del signo que sea el partido que esté
en el gobierno, resolver los problemas que atañen a las mujeres nunca está en
las prioridades de su agenda.

Sostiene
que el debate sobre el velo está muy desenfocado en los medios de comunicación.
¿Por qué?

No hay más que mirar a nuestro alrededor. El
debate del velo está, de nuevo, asociado a esa falsa capacidad de decidir que
tenemos las mujeres que acaba colocándonos a las órdenes de los hombres, de sus
criterios, de sus filias y sus fobias. A ese problema se le añade también que
en algún momento, desde la izquierda, se defendió la defensa de la diversidad,
y en aras de esa diversidad se saltó a la defensa a la libertad de todo tipo de
vestimenta. Caímos en la trampa.

Yo no soy menos defensora de la diversidad
porque denuncie el uso del hiyab en mujeres y niñas. Sin embargo, este discurso
todavía cuesta verlo en medios que, claro, tienen en el fondo un poso de
patriarcado del que no acaban de salir.

Pero
hay organizaciones o colectivos de izquierda, también el feminismo de la
diferencia, que defienden el uso del velo, o incluso del burka, con el
argumento de que, en esencia, es un signo de identidad cultural como otro
cualquiera. Usted no coincide con esas posiciones; dice, por ejemplo, que
“pañuelo y libertad son un oxímoron”. ¿Por qué?

Últimamente no pierdo ni un minuto a discutir
esas “moderneces” con la izquierda progre. Matan a mujeres por no llevar el
pañuelo, las encarcelan, las torturan. ¿Que aquí no hacemos eso? Primero no
sabemos el grado de coacción que sufren las niñas que acuden a sus centros de
estudio o trabajo con el pañuelo; segundo, no sabemos si esas mismas niñas, en
otras condiciones, lo harían también o no, y, por último, una sola niña o mujer
en el mundo que sufra represión por no hacerlo me sirve para defender la
prohibición de su uso, al menos en espacios públicos.

La defensa de los colectivos de izquierda
cada vez me parece más que tiene que ver con que solo piensan en el voto y no
en las mujeres. La verdadera cuestión es ¿por qué da votos defender el velo?

Entonces,
en su opinión, ¿debería prohibirse el uso de esas prendas en los espacios
públicos, en los centros administrativos, sanitarios y educativos por ejemplo?

Sin duda. En los países laicos, o
aconfesionales, no debería haber ni una, ni una imagen o símbolo religioso en
espacios públicos.

Pero de hecho, los hay. Existen hospitales públicos
(también privados desde luego) que llevan el nombre de santos o santas
católicas. Se podría argumentar: hasta que no estemos en condiciones de
laicidad o aconfesionalidad real y generalizadas, no nos queda otra que
permitir otras pruebas de religiosidad. Sería inconsistente prohibir el burka
en los espacios públicos y permitir que monjas de tal o cual orden, que también
van muy cubiertas, acudan como les apetezca a esos mismos espacios.

Es que yo, cuando hablo de prohibir el burka o el hiyab en
los espacios públicos, no me refiero solo a los símbolos asociados a la
religión musulmana sino a cualquier símbolo religioso, sea de la religión que
sea.

Estaría bien que aprendiéramos un poco de los franceses:
usted en su casa lo que quiera, pero aquí, en la escuela, en los hospitales, o
en la administración no, porque la imagen que tiene que dar el estado es la de
laicidad, no la de sumisión religiosa.

La
cito de nuevo: “el buenismo de cierta izquierda obliga a respetar un hiyab en
aras de una cultura que no respeta a las mujeres, a vender nuestros cuerpos
porque eso supone también una defensa de nuestro derecho a trabajar en lo que
queramos”. ¿A qué izquierda se refiere?

Fundamentalmente, a la izquierda nacida a
raíz de las movilizaciones del 15M que, más que izquierda, es un grupo de gente
sin mucha ideología cansada de lo anterior.

Sí, supongo que alguien quedará de
izquierdas, pero diluido en medio de esa heterogeneidad de personas. Es
necesario que reaccione esa parte de la izquierda y que acepte que apoyar un
símbolo del patriarcado religioso no puede ser ni respecto a ninguna minoría ni
signo de modernidad. Si no defendemos esa laicidad, parecerá que es la
ultraderecha la única que se enfrenta a la opresión patriarcal islámica, cuando
solo lo hace para reivindicar la católica y no mostrar su xenofobia

Por cierto, esta izquierda de la que hablamos tiene un
proyecto de ley trans que es objeto de muchos y encendidos debates. ¿Tiene
alguna opinión sobre este tema?

Más de lo mismo. Una parte de la izquierda se ha dejado
engañar por la supuesta “diversidad” en aras de comprar el discurso al
patriarcado. Ahora, según ellos, si te gusta ir de rosa y llevar falda serás
una niña. Además ese sentimiento de género (alucinante que en pleno siglo XXI
el género no sea algo a abolir, Pilar Primo de Rivera estaría encantada) puede
utilizarse para cambiar el DNI.

Por la salud mental de este país espero que miren a su
alrededor y se den cuenta no solo de que legislar un sentimiento es una
barbaridad -¡Michael Jackson toda la vida sintiéndose blanco y ya ves¡- sino
que en muchos de los países en los que se aplica la ley, hay denuncias de los
implicados (la mayoría menores) es incluso están tratando de suprimirla.

De todos modos es un tema demasiado extenso como para
resumirlo en una respuesta breve. En cualquier caso, y por resumir, creo que la
diversidad es una trampa en la que ha caído cierta izquierda y que para el bien
de todos espero que se salga de ella. Yo creo, de todos modos, que tanto dentro
de IU, como dentro de Podemos y del PSOE, no existe una posición monolítica al
respecto, al menos no en sus bases. Y es a esas bases a las que hemos de apelar
para evitar que se apruebe esa ley.

En
los compases últimos del libro afirma que el siglo XXI debe ser el de la
verdadera revolución feminista, que este siglo será feminista o no será. ¿Cómo
concibe esa verdadera revolución feminista? ¿Una revolución de mujeres contra hombres
opresores que instaure un matriarcado socialista?

La verdad es que en esos últimos compases he
hecho un guiño a la frase de Clara Campoamor en los años treinta. Estaba
convencida de que había llegado el siglo de las mujeres y está claro que no ha
sido así y yo, fantaseando, quiero creerme que será este que acaba de empezar.

De todos modos, te diría que confirme pasan
los meses lo veo más negro para las mujeres. Ya ni me atrevo a hacer planes al
respecto.

Si
pensamos en las movilizaciones de los últimos años, parece que el feminismo
esté más fuerte que nunca. Sin embargo, se habla también en ocasiones de que el
feminismo está roto. ¿Cuál es la situación en su opinión?

Quizás
sí, quizás el feminismo esté más fuerte que nunca, pero seguimos sin tener
dinero, sin tener poder. El poder, somos siempre, sigue en manos del dinero o
de los y las que lo pueden mover y esas, créenme, no son feministas ni por así,
por más que se hagan llamar así.

Entonces, eso de que el feminismo está roto no es una
afirmación que le convenza mucho.

No, porque todos esos que lo dicen, desde mi punto de
vista, no son feministas.

En
“Deserción de la izquierda” (
https://lluisrabell.com/2020/11/11/si-la-izquierda-desertase/),
Lluís Rabell citaba al final de su escrito unas palabras suyas: “Nos han dejado solas”.
¿Quiénes les han dejado solas? ¿Por qué?

Nos
ha dejado solas una parte de la izquierda que, me temo, va a acabar
arrepintiéndose de hacerlo. De hecho, sinceramente, espero que rectifiquen o
verán sus consecuencias en los resultados electorales.

¿A qué parte de la izquierda hace referencia? ¿Al PSOE? ¿A
Podemos? ¿A la izquierda nacionalista?

Yo creo que hay confusión en todos los partidos de la
izquierda y gente lúcida también en todos esos partidos. Lo que se necesita es
que las posiciones más sensatas sean las que se reflejen en las propuestas del
gobierno de coalición. No me resigno a pensar que las voces más prestigiosas y
valiosas del feminismo español sigan siendo ignoradas por este gobierno.

¿Quiere añadir algo más?

Solo que yo, como Clara Campoamor, sigo confiando en que
el siglo XXI será el de las mujeres, hembras de la especia humana, claro
.

Fuente: El Viejo
Topo
, junio de 2021.