Enzo Traverso
Revolución:
una historia intelectual.
1ª
edición en español. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Fondo de
Cultura Económica, 2022.
644
páginas.
Las revoluciones no pueden programarse: siempre vienen cuando menos se las espera.»
Con
esta frase cierra Enzo Traverso este volumen, hace poco publicado en
español,que contiene el examen de la idea y la práctica de la
revolución a través del tiempo.
Esa
afirmación apareja una cuota de optimismo estimulante en tiempos en
que la idea de revolución no atraviesa un período de apogeo, sino
más bien lo contrario. Y en el que tantas fuerzas materiales y
simbólicas se despliegan en el intento de demostrar que sólo remite
a un pasado más bien repudiable.
Se
puede y se debe, al mismo tiempo, desechar las visiones teleológicas
y deterministas (muy criticadas a lo largo de esta obra) y asumir la
apuesta por la irrupción de lo inesperado. Producto sin duda de
factores arraigados en el proceso histórico. Pero a menudo no
susceptible de ser apreciado al compás de los hechos. Y menos aún
de ser previsto con prudente antelación.
Ya
no es novedoso afirmar que Traverso es uno de los historiadores de
mejor producción en la actualidad, entre los que sostienen una
mirada afín a la tradición marxista y de izquierda en general.
Ahora
nos encontramos frente a un recorrido por la trayectoria
revolucionaria, sobre todo europea, sin descartar los acontecimientos
en el sur del mundo. El punto de partida es la toma de la Bastilla.
La revolución rusa constituye un núcleo del libro y los sucesos de
1848 y 1871 reciben un tratamiento sintético pero muy expresivo.
Aunque con menos ahínco los itinerarios posteriores a 1945, como los
de China, Cuba y Vietnam merecen su atención.
La
referencia a la “historia intelectual” en el subtítulo no
entraña un recorrido ceñido al campo teórico. A lo largo del libro
laten los procesos revolucionarios reales. Y una atención más
centrada en quienes pusieron el cuerpo y el pensamiento en procesos
de transformación social radical que en los que hicieron de la
escritura y la cátedra sus esferas casi exclusivas de actuación.
Dos
siglos de búsqueda de transformaciones radicales.
Esta
obra porta una mirada matizada, a diferencia de tanto escrito
contemporáneo que centra su visión en los costados más oscuros de
los procesos revolucionarios, como vehículo para declararlos no ya
superados sino enteramente indeseables.
El
autor incluso incorpora a su análisis las miradas francamente
contrarrevolucionarias del pasado, desde Alexis de Tocqueville a Max
Weber pasando por Karl Schmitt. Y utiliza como fuente a analistas
conservadores contemporáneos, entre ellos el muy leído Orlando
Figes. Lo que no hace es doblegarse ante los enfoques de la derecha
explícita o vergonzante, para tomar como refugio los valores
supuestamente incuestionables de la democracia liberal.
Sin
abandonar cierta circunspección académica, queda claro a lo largo
de su trabajo que el autor de A
sangre y fuego. De la guerra civil europea, 1914-1945 tiene
posición tomada en la cercanía con las revoluciones, a lo largo de
la historia y alrededor del mundo.
Un
aporte sugerente es que el historiador italiano dirige una mirada
atenta al plano simbólico y artístico. De hecho la extensa
introducción está vertebrada en parte en el mundo de las imágenes,
con un análisis de La
balsa de la medusa,
una pintura famosa de Theodore Gericault datada en 1819 como punto
inicial del recorrido.
El
capítulo inicial se remonta asimismo a ese plano, al desenvolverse a
partir de la metáfora de procedencia marxiana de las revoluciones
como “locomotoras de la historia”.
Allí,
y en torno al protagonismo de los ferrocarriles, se encuentra cifrada
la conflictiva relación del pensamiento y la acción socialista con
la perspectiva decimonónica de “conquista de la naturaleza” y
modernización que articulaba al despliegue del capitalismo. Y que
luego tuvo tanta proyección en la perspectiva revolucionaria del
siglo XX. Y en muchas de sus restricciones así como en la adopción
de senderos equivocados.
En
un parágrafo de ese capítulo nominado como “Máquinas locas”,
se brinda un abordaje de la íntima relación entre los trenes y la
revolución mexicana, en una de sus excursiones al “Sur mundial”
que puede agradecer el lector de estas latitudes. La evocación del
revolucionario que seguía a Adelita en un “tren militar” asoma
por allí, aunque Traverso no la menciona.
En
otro capítulo “Conceptos, símbolos, reinos de la memoria” hay
una sección en la que se abordan elementos que van desde la imagen
de las barricadas a la estetización de la toma del Palacio de
Invierno en Octubre
de Serguei Eisenstein. Allí se encuentran algunas de las páginas
mejor logradas de todo el transcurso del libro.
Asimismo
es cautivante su análisis de las diferentes y a veces no tan
antagónicas posiciones del pensamiento revolucionario y el de
derecha en torno a las nociones de modernidad y «progreso».
Traverso construye uno de sus ejes reflexivos alrededor del peso del
positivismo y el enfoque «modernizador» a ultranza en el
proceso soviético y otras construcciones con propósito socialista.
En
otros pasajes se detiene sobre algunos clásicos como Historia
de la Revolución Rusa
de Trotsky y varios escritos de Walter Benjamin, a modo de exponentes
de una tradición en torno a la cual hay que seguir «trabajando».
Asimismo
se ocupa de Ernst Bloch, en particular de su crítica a la «corriente
fría» dentro del pensamiento emancipatorio.
Esa
mirada es uno de sus puntos de partida a la hora de examinar al
comunismo como «régimen». Allí contrapone la «calidez»
del momento revolucionario de Octubre, con el viraje no democrático
y represivo, más bien gélido, cuyo punto de partida no sitúa en el
estalinismo. Se remonta más atrás hacia la tesitura, forzada pero
no inevitable, que adopta la conducción del proceso arrancado en
1917 a propósito de la guerra civil.
En
la caracterización del recorrido posterior de la Unión Soviética
sostiene una reflexión matizada, que al tiempo que rechaza las
idealizaciones intenta desmitificar la concepción de que el “germen
totalitario” estaba inscripto en las mismas raíces del
bolchevismo.
En
lo que respecta al régimen soviético en su etapa estaliniana, el
investigador realiza algunos apuntes a contracorriente. Nos referimos
a su claro rechazo a los enfoques que acercan o incluso asimilan a la
URSS del segundo tercio del siglo XX con los horrores de la época
nazi y del fascismo en general.
Señala
las profundas diferencias de concepción ideológica entre ambos
regímenes. Y otorga su reconocimiento a la heroica resistencia
soviética frente a la invasión alemana hasta la derrota final de su
agresor, que incluyó hasta a los reclusos de los campos de
concentración.
Hasta
tiene el coraje de marcar disimilitudes entre los sitios de
exterminio regidos por las SS
y
el sistema del Gulag,
sin que dicho análisis lo inhiba para la rotunda condena de este
último.
En
el capítulo que le dedica, el tratamiento de la intelectualidad
revolucionaria le lleva bastante más de un centenar de páginas.
Allí pivota sobre los deslizamientos entre actitud bohemia y
militancia partidaria, que ya estaban presente en Melancolía…»,
para cerrar el capítulo con la construcción de un «tipo ideal»
de los «hombres y mujeres de pensamiento» involucrados en
la militancia por la revolución.
Examina
además cierta tendencia a la “domesticación” de los
intelectuales radicales, una vez que se permite su ingreso pleno al
campo académico y su inclusión en los mecanismos de consagración
instaurados y celebrados desde la cultura hegemónica. Lo que no le
impide ver auspiciosas excepciones, como la de Georgy Lukacs, capaz
de escribir exhaustivos tratados y asimismo de ser ministro de un
gobierno cuya integración equivalía a poner en riesgo su cabeza.
Fuera
del ámbito europeo sus aportes son menos profundos y más breves. Lo
que no quita lo sugerente de algunas apreciaciones, como cuando
analiza el «anticolonialismo» como una de las encarnaciones
del comunismo. Y en contraposición a las posturas proimperialistas
de las corrientes socialdemócratas.
Por
allí está tambiénJosé Carlos Mariátegu, a quien asigna el
merecido lugar de privilegio entre quienes desafiaron a la ortodoxia
y desbastaron el predominante eurocentrismo.
Resultan
remarcables también, mucho más atrás en el tiempo, las relevantes
referencias a la revolución haitiana. Y a las pioneras reflexiones
suscitadas, en medio del silencio general, por una obra capital como
Los
jacobinos negros. Toussaint
L’Ouverture y la revolución de Haití, de.
Cyril Lionel Robert James.
Traverso
dedica algunas menciones al decurso de su país, rematadas con justas
críticas al PC italiano, al que toma como el ejemplo mayor de la
deriva socialdemócrata de agrupaciones comunistas de Europa
Occidental. La que en el caso itálico no se detuvo allí sino que se
hundió en un liberalismo más emparentado con el Partido Demócrata
estadounidense que con cualquier visión de raigambre marxista.
Algunas
ausencias y los debates posibles.
Con
todo, algunos elementos se extrañan en su libro. Un ejemplo es que
no emprende el análisis de por qué procesos recientes de rebelión
no desembocan en revoluciones triunfantes. En un pasaje hace el
señalamiento de que el paso de una a la otra radica en que la
indignación se trasmute en la “transformación consciente del
estado de cosas”. Lo que deja en pie el interrogante de por qué en
los últimos años no se desencadena ese paso, o bien se desvirtúa
casi de inmediato cuando se produce.
Desde
nuestra situación latinoamericana se echa de menos una mirada sobre
aquellos procesos que postularon su identificación con “el
socialismo del siglo XXI”. Tal vez se deba a que los considera por
fuera de cualquier perspectiva revolucionaria, pero no lo explicita.
De
cualquier manera el recorrido que hace desde la revolución francesa
de 1789 hasta las de la segunda posguerra del siglo XX está muy bien
fundamentado y reflexionado, como hemos tratado de mostrar aquí.
Cuando
se acerca a nuestros días las referencias que hace el autor se hacen
más escuetas, lo que no lo incapacita para efectuar alguna
consideración general.
Valga
el siguiente párrafo como ejemplo: “La experiencia de los
movimientos de ‘alterglobalización’, la Primavera Árabe, Occupy
Wall Street,
los Indignados Españoles, Syrisa,
Nuit debout y los Gilets jaunes franceses,
los movimientos feministas y LGBT y
Black Lives Matter
son pasos en el proceso de construcción de una nueva imaginación
revolucionaria, discontinuos alimentados por la memoria pero al mismo
tiempo escindidos de la historia del siglo XX y privados de un legado
utilizable.”
Este
juicio de Traverso acerca del hiato irreductible entre el siglo XX y
el actual es apto para suscitar el debate. Cabe el interrogante de si
una mirada no “ortodoxa” y de espíritu creativo de los procesos
revolucionarios del siglo XX no es aún un punto de partida plausible
para construir esa “nueva imaginación revolucionaria” postulada
por el historiador.
Hasta
podría señalarse cierta apariencia de contradicción cuando en un
párrafo casi inmediato afirma: “Una nueva izquierda global no
tendrá éxito si no ‘trabaja sobre’ esa experiencia histórica. La
extracción del núcleo emancipatorio del comunismo de ese campo de
ruinas no es una operación abstracta y meramente intelectual:
exigirá nuevas batallas, nuevas constelaciones, en las que, de
improviso, el pasado resurja y “la memoria destelle’.
El
sentido de la esperanza sigue allí, más allá de los quiebres
insoslayables y las actualizaciones imprescindibles.
———–
Es
esta una lectura necesaria, de algún modo un complemento de su
anterior Melancolía
de izquierda.
Y un aliento grato entre tanta apología de la adaptación al orden
capitalista que circula en nuestros días, incluso desde perspectivas
supuestamente críticas.
Se
podrá discrepar mucho o poco con el abordaje de Traverso, lo que
parece quedar claro es que la discusión derivada de las diferencias
será un intercambio en el interior del campo revolucionario.