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Con la llegada de López Obrador a la Presidencia de la República no terminó la era de la corrupción, pero sí llegó su fin la era del permiso presidencial para robar. De entonces para acá terminaron los grandes atracos, las gigantescas succiones de los ingresos públicos.

El primer paso de esta nueva era fue el fin de las privatizaciones
de los bienes propiedad de la nación, quintaesencia del robo
institucional. Ya no más apropiaciones de los bienes públicos,
origen del empobrecimiento popular y génesis de las grandes fortunas
privadas de las últimas cuatro décadas.

Pero que desde Palacio Nacional ya no se practique, fomente o
tolere la corrupción, no significa la plena desaparición de ésta.
Siguen existiendo múltiples medios y mecanismos para apropiarse de
los recursos públicos. 

Para empezar, la existencia objetiva de una añeja burocracia
acostumbrada a mirar el servicio público como fuente de
enriquecimiento personal. “La vereda quitarán, dice la sabiduría
popular, pero la querencia cuándo”.

Esto se vio en el sexenio pasado en el caso de la empresa pública
Segalmex (Seguridad Alimentaria Mexicana). Y se está viendo ahora
mismo en el asunto de Bírmex (Laboratorio de Biológicos y Reactivos
de México), empresa del Estado encargada de la producción, compra y
distribución de medicamentos.

En uno y otro casos, las compras amañadas, los sobreprecios, la
facturación falsa, el desvío de dinero y los sobornos fueron, entre
muchos otros, los mecanismos para el robo de los bienes públicos.
Así había sido siempre, con el añadido del permiso, la
complicidad, la complacencia o la vista gorda de la mera cúpula del
poder: Palacio Nacional.

Hoy ya no es así. Ahora falta el componente esencial de la vieja
época: el permiso presidencial. Una vez que son detectados los
indicios de una operación fraudulenta, desde la mismísima cúpula
del poder se le pone freno.

Y aunque no es fácil, porque la base del fraude es el engaño, en
la medida de lo posible, se separa, persigue o sanciona a los
responsables, quienes   se acogen a la antigua práctica de
tirar la piedra y esconder la mano.

Castigar el delito es importante. Pero es más importante, mucho
más importante, evitar el delito y su repetición. Y al logro de
este objetivo contribuye decisivamente la ausencia del permiso, desde
mero arriba, para delinquir.

Segalmex y Bírmex son dos casos emblemáticos de la ausencia del
factor esencial de la corrupción grande y exitosa: el permiso para
robar.