Por qué necesitamos unas estrategias
transformativas en la lucha contra la crisis climática 1/
Lützerath se queda. Incluso cuando el
carbón por debajo de este pueblo, ubicado en la cuenca de lignito de la región
alemana de Renania, haya sido extraído por completo, su nombre va a seguir
irradiando: como símbolo de la valentía y la ingeniosidad de seres humanos que
resisten tanto a un gigante corporativo como al poder del Estado. Lützerath
también permanecerá como símbolo de una política que no reconoce los signos de
los tiempos. Los signos de estos tiempos son la salida del carbón y la
transición hacia un modo de producción cuyo punto de referencia central
consiste, en vez de la defensa de poderosos intereses particulares, en el buen
vivir de todas y todos.
Apenas puede sorprender que esto no
concuerda con lo que aspiran los partidos conservadores y liberales. Pues la
función histórica de estos radica en conseguir que las transformaciones
societales se posterguen acorde con los intereses dominantes hasta que su
necesidad se haya vuelto imposible de denegar. La indignación por la
negligencia política se dirige por ello en primera línea contra Los Verdes. Y
esto con razón: Apenas que esta formación política, por segunda vez después de
1998, se haya convertido de nuevo en socio de Gobierno a nivel federal, vuelve
a hacer política contra aquellos movimientos de los que antaño ella misma había
surgido. La primera vez fue sobre todo el movimiento pacifista al que Los
Verdes desdeñaron bajo su figura prominente de aquel entonces, Joschka Fischer.
Hoy en día, están defraudando a las demandas del movimiento por la justicia
climática, a cuya fuerza también tienen que agradecer sus recientes éxitos
electorales.
Evidentemente, nadie ha esperado que de la participación verde en el gobierno emerja una revolución social-ecológica. Pues, por un lado, Los Verdes solo forman parte de una alianza entre partidos en la que, con el Partido Democrático Libre (FDP), una fuerza anti-ecológica dispone de un potencial de presión considerable. Por otro lado, no hay duda de que la política estatal responde a otras lógicas que el actuar de los movimientos sociales. Las opciones de la política estatal son sistemáticamente restringidas por las relaciones societales dominantes. Estas se inscriben en los aparatos de Estado; modelan los modos de pensar de su personal y determinan cuáles de los problemas pueden ser debatidos efectivamente y en qué forma. La “larga marcha a través de las instituciones” aspirada por la generación del 68 tuvo como resultado la marcha de las instituciones a través de las y los protagonistas del movimiento. Esto fue la experiencia de la primera participación de Los Verdes en el gobierno: más rápidamente de lo que quisiera, y mayoritariamente sin apenas darse cuenta de ello, el personal en la cúspide de Los Verdes interiorizó las restricciones institucionales y lo malinterpretó como el aterrizaje al duro suelo de la realidad. Lo que quisieron decir fue más bien la realidad de los que dominan el sistema, una realidad que hasta entonces el partido verde había criticado y que ahora quería codiseñar.
La omisión que cometen las personas que
hoy tocan la primera flauta en Los Verdes reside en no haber reflexionado sobre
esta experiencia. En vez de ello, con ojos cerrados y sin la debida preparación
se metieron en una situación en que finalmente se les exigió vender como fórmula
de compromiso en materia de política climática lo que en la práctica
significaba una carta blanca para uno de los pecadores medioambientales más
grande del mundo. Probablemente por bastante largo tiempo la RWE se va frotar
las manos frente a tanto “sentido de la realidad” verde. Pues en tiempos de una
crisis climática que se agudiza se le permitirá a esta multinacional extraer y
quemar 280 millones de toneladas de lignito adicionales. En el año 2030, ocho
años antes que lo previsto por la ley alemana sobre la reducción y eliminación
de la producción de electricidad a partir del carbón, aprobada en agosto de
2020, la RWE dejará de producir aire caliente y tierra quemada – y podrá
descansar sobre la seguridad de que entonces el aumento de precios para los certificados
provenientes del comercio europeo de emisiones de por sí habrá quitado toda
rentabilidad a cualquier producción de electricidad vía combustión de carbón. Y
como guinda de la tarta, el gigante eléctrico ha obtenido ahora el permiso para
destruir una infraestructura importante del movimiento de justicia climática
que, a no ser así, hubiera seguido causándole bastantes molestias: el pueblo de
Lützerath ocupado era un lugar en que muchas personas se reunían para
entrenamientos para acciones, talleres y festivales.
Ahora bien, se podría objetar que fue el
gobierno rojo-amarillo-verde anterior que había frenado sistemáticamente el
proyecto de transición energética (Energiewende),
creando con ello unos condicionamientos limitadores previos con los que Los
Verdes y el Partido Socialdemócrata (SPD), como partidos en el gobierno, han de
lidiar hoy en día. Además, cabría argumentar que sin el partido verde en el
gobierno sería todo mucho peor. A ello se añade finalmente que el actual
gobierno no llevaría la culpa de los aumentos en el precio del gas como
consecuencia del ataque ruso a Ucrania. Todo esto es correcto, pero no acierta
en el blanco. El aspecto más importante consiste, antes que nada, en el simple
hecho de que si fuera por razones de seguridad de suministro eléctrico y de
estabilidad de la red, no es necesario extraer el carbón por debajo de
Lützerath. Esto es el resultado al que llegan a la vez varios estudios.[2]/
Entonces se abre el interrogante, en gran medida descuidado en el debate
político actual: ¿Para quién y para qué se produce la electricidad en realidad?
¿De la seguridad de abastecimiento a quiénes se trata aquí en realidad?
¿Por qué los movimientos
sociales son indispensables?
Pues incluso en el caso de que el carbón
hiciera falta para cubrir la demanda existente de electricidad, sería
ecológicamente razonable primero problematizar esta demanda, antes de que se
emita más CO2 para cubrirla: ¿realmente hemos de producir electricidad para
fábricas de coches para que en ellas se fabriquen enormes cantidades de
vehículos cada vez más grandes que, una vez rodando en las carreteras, consumen
ellos mismos inmensas cantidades de electricidad, o que convierten el
combustible directamente en dióxido de carbono? ¿Necesitamos energía para una
industria química para que esta sea capaz de producir montañas de envoltorios
hechos de plástico que, después de un solo uso, son quemados o exportados al
extranjero? – Aquí se trata de una seguridad de abastecimiento para un modo de
producción y vida que incluso hoy en día ya está hundiendo a innumerables
personas en una inseguridad existencial.
No obstante, mucho más razonable – y más
urgente con vista a las crisis que se van agudizando – sería detenerse y
preguntarse qué cosas son realmente necesarias para la sociedad y podrían
producirse de una manera que no vaya calentando más el planeta destruyendo las
bases de la existencia de los seres humanos aquí, en otros lados y en el
futuro: un sistema de movilidad sostenible, una asistencia sanitaria abierta
para todas y todos, o unas viviendas energéticamente saneadas y económicamente
asequibles.
Por supuesto que hay dinero para ello.
La sociedad es tan rica como nunca antes. Quien puede costearse cientos de
miles de millones para el ejército federal o para el salvamento de los bancos,
también dispone de suficientes recursos para conseguir que la sociedad tenga un
futuro sustentable. ¿Por qué deberíamos seguir despilfarrando recursos y
creatividad humana para desarrollar nuevos instrumentos financieros, diseñar
vehículos utilitarios deportivos (SUVs) u optimizar sistemas de armamento? ¿Por
qué no – en vez de ello – poner el esfuerzo de la sociedad en su conjunto, la
inteligencia práctica y colectiva de las personas empleadas en la producción,
en el sector de cuidados o en el sistema de salud, la creatividad de ingenieros
e ingenieras al servicio de una buena vida para todos y todas?
Resulta casi imposible que estas
cuestiones se debatan en los parlamentos y ministerios. Esto no es de extrañar,
pues apuntan a las entrañas del modo de producción capitalista: el permiso para
utilizar la propiedad privada de los medios de producción finalmente también en
perjuicio de la sociedad en su conjunto, siempre cuando con ello se consigan
beneficios, crecimiento e ingresos fiscales. Ahora bien, todo ello se disfraza
bajo conceptos como la “competitividad”, con la referencia a los puestos de
trabajo, o con el argumento de que “los chinos” son el principal problema en el
tema del cambio climático. Europa estaría haciendo sus deberes. Pero todas
estas afirmaciones son cortinas de humo.
Es justamente por eso que se requieren
unos movimientos sociales radicales, tales como el movimiento por la justicia
climática que está luchando en Lützerath y en otros sitios. Ellos ponen en tela
de juicio las aparentes certezas, articulan intereses que no están, o no están
lo suficientemente, representados en los aparatos estatales; y visibilizan las
duras realidades, surgidas aparentemente de modo cuasi natural, como lo que
son: unos resultados que condensan conflictos societales anteriores,
frecuentemente en forma de una generalización de poderosos intereses
particulares. Comprender las duras realidades como frutos de un proceso
histórico y negarse a la lógica del sachzwang, la de los
factores materiales que supuestamente limitan el campo de decisión, implica
despejar la posibilidad de transformación frecuentemente enterrada, dejando en
claro que también todo podría ser de otra manera.
No obstante, para asegurar lo
conquistado en las luchas y lograr que los éxitos ejerzan un potente impacto en
la realidad, será necesario que en algún lugar se delimite el terreno. Las
transformaciones han de ser ancladas legalmente, aseguradas contra cualquier
paso hacia atrás y diseñadas de una manera que resistan contra posibles
ataques. Allí reside una dificultad frente a la que muchos movimientos sociales
progresistas han fracasado en el pasado. Ellos crean optimismo, aportan posibles
alternativas y tienen efectos politizadores en las nuevas generaciones. Ahora
bien, la ausencia de cambios evidentes en la sociedad – por ejemplo, el final
de la combustión basada en fuentes energéticas fósiles, la prohibición de
fábricas de carne o un ambicioso plan de reducir el sistema de movilidad
automovilística – conlleva la amenaza de la frustración. Otro peligro consiste
en que, por un lado, los movimientos luchan desde el principio sobre todo
contra la represión y la opinión dominante, pero que, por otro lado, están, a
largo plazo, bajo el riesgo de ser cooptados, Es posible, que la represión
incluso fortalezca a los movimientos; no obstante, el peligro para la
integridad física y la propia existencia debilita la atención hacia sus demandas
genuinas. Ahora bien, la apropiación de un movimiento equivale muchas veces al
paulatino comienzo de su fin.
El desafío de
desarrollar estrategias transformativas
Las democracias liberales, igual que su
“base del negocio” en lo económico, el capitalismo, viven del cambio. Se
reproducen reinventándose constantemente. Los movimientos sociales son
sismógrafos que indican una necesidad de actuar que, sin embargo, es posible
integrar políticamente y que, en no pocas ocasiones, abren nuevas
“oportunidades de negocio”. El resultado es lo que Antonio Gramsci denominó
“revolución pasiva”: la estabilización de las relaciones existentes por vía de
su transformación, dirigida por los grupos de interés dominantes. Resulta
decisivo volverse consciente de ello y de encontrar una vía de manejarlo desde
la reflexión crítica. Esto es válido tanto para los movimientos radicales como
para los actores progresistas dentro de los aparatos estatales. Ambos se
encuentran frente al desafío de desarrollar unas estrategias transformativas, apoyándose mutuamente en ello.
A diferencia de las estrategias
afirmativas de modernización, las estrategias transformativas conciben las
reformas de tal manera que idealmente ponen en marcha unas dinámicas que se
sustraen del control de los grupos dominantes y que, finalmente, evitan que
aquellas reformas sean integradas como factor de estabilización. Los y las
actores con un enfoque emancipatorio dentro del estado y de ciertos partidos,
es decir, cuyo objetivo es una transformación de gran alcance, deberían hacerse
conscientes de esta tensa relación que implica para ellos y ellas tener que
hacer política a la vez dentro de y contra las instituciones del estado capitalista.
Una política orientada hacia la emancipación podrá moverse exitosamente en esta
contradicción cuando se comprende como caja de resonancia de los movimientos
sociales. En vez de querer solo representar a los movimientos, aquellos
gobiernos y partidos identificados con unas transformaciones fundamentales
tendrían que contribuir al empoderamiento de los movimientos de los que, a la
inversa, reciben, a su vez, parte de su fuerza. Solo de esta manera se pueden
poner en marcha unas dinámicas que, al fin y al cabo, desembocan en una
efectiva protección de lo logrado gracias a la lucha de los movimientos.
Los Verdes alemanes han descuidado
justamente esto. Están actuando, por así decirlo, como media caja de
resonancia: sacan fuerza del auto-empoderamiento del movimiento de justicia
climática en forma de votos electorales. Pero no devuelven nada al movimiento,
más bien lo abandonan en el lodo invernal a merced de la represión policial,
orquestada justamente por un jefe de policía verde.
Mientras que, por lo menos
simbólicamente, el movimiento salió ganando de los últimos acontecimientos, Con
el desalojo de Lützerath, los Verdes, como sospecha Mona Jaeger en el diario
alemán FAZ[3]/,
podrían tener su “momento Hartz IV”. Igual que la SPD en el año 2005 cuando,
con la aprobación del volumen II del Código Social (Sozialgesetzbuch II), este
partido perdió durante años su credibilidad en el ámbito de la política social
y de empleo, Los Verdes están ahora a punto de perder su último resto de
crédito que el movimiento de justicia climática tal vez les estuviera
concediendo todavía. Firme en su convicción de que, siendo fiel al Estado,
están pisando el duro suelo de la realidad, lo que están experimentando en
verdad es un calamitoso aterrizaje forzoso en las tierras empapadas de Renania.
¿Cómo seguir en y después de Lützerath?
Existen ejemplos de sobra que muestran que es posible
realizar una política transformativa y cómo. Uno reciente es la iniciativa
ciudadana berlinesa “Deutsche Wohnen & Co. Enteignen”
en contra de las grandes empresas inmobiliarias en Berlín pidiendo la
expropiación y el control comunal de 243.000 del total de 1,5 millones de
viviendas de alquiler de la capital alemana. La aplicación del referéndum
popular en ciernes mejoraría la vida de muchas personas y, al mismo tiempo,
pondría en tela de juicio un principio rector estructural capitalista, es
decir, el control privado sobre una infraestructura social fundamental. En el
caso de otras infraestructuras se podría proceder de la misma manera. También
en el sector energético se está debatiendo sobre una posible estatización; y en
cuanto al suministro de agua potable, en muchos lugares las respectivas
empresas privatizadas han sido nuevamente constituidas como propiedad pública
comunal. En todos estos casos, lo que dio el empujón fueron iniciativas
ciudadanas extraparlamentarias que, a su vez ,sacaron provecho de una
interacción con actores de izquierda en los aparatos de Estado, la cual, por
supuesto, nunca fue carente de conflictos.
¿Qué se podría aprender de ello para Lützerath? ¿Y
cómo se podría lidiar con éxito por unos cambios sustanciales en la política
climática? Un primer paso importante sería una moratoria de la extracción de
carbón, parecido a la moratoria del desalojo de Lützerath que firmaron más de
700 personas del ámbito científico. 4/
Tal moratoria del carbón no tendría un carácter
transformativo per se, pero podría ser llevado
hacia un sentido transformativo si se debatiera sobre el “¿cuánto?” y el “¿para
qué?” de la producción (energética) en y para la sociedad. Pues esto es
exactamente el punto clave: Justo en el ámbito de la energía hemos de
transformar fundamentalmente nuestro modo destructivo de producción y de vivir.
Esto implica la drástica restricción del tráfico motorizado individual y el
abandono de la agricultura industrial, pero también la necesidad de repensar la
digitalización que se está volviendo cada vez más voraz en su consumo de
electricidad. En Lützerath se abordaron estas cuestiones, sea directa o
indirectamente – y estas requieren una respuesta que sea a la vez tan
auténticamente sostenible como solidaria a nivel global.
Notas:
1/ Versión en castellano de una contribución con el
título “Lützerath als Fanal. Warum wir transformative Strategien mi Kampf gegen
die Klimakrise brauchen”, publicado por los dos autores en la revista alemana
“Blätter für deutsche und internationale Politik”, Número 2/2023.
2/ Véase, por ejemplo, el estudio elaborado por el
grupo de investigación “FossilExit” de la Universidad Flensburg (Alemania) con
el título “Zona de extracción de lignito de Renania, cifras actuales, datos y
hechos sobre la transición energética” del año 2022, disponible en
www.coaltransitions.org; y además la investigación con el título “Aurora Energy
Research, Consecuencias de una salida ajustada del carbón sobre las
emisiones en el sector alemán de producción de electricidad”, disponible en
www.kohlecountdown.de, del 22 de noviembre de 2022.
3/ Mona Jaeger, ¿Viven Los Verdes su momento Hartz-IV?,
www.faz.net, 15 de enero de 2023.
4/ Carta abierta: Una moratoria del desalojo de
Lützerath, www.de.scientists4future.org, 11 de enero de 2023.